SILENCIO

Personalmente, siempre he tenido un problema con los formulismos (no confundir con formalismos). La horterada inherente a las frases hechas para los momentos clave son propias de los débiles mentales y uno debe huir de ellas.

No he conocido la pérdida de un ser querido. Padecerlo afecta generalmente de manera muy honda; renunciar a algo que queremos es realmente insoportable, no me puedo imaginar la intensidad de ese sentimiento con la pérdida de una persona. Lo que lo hace insoportable es la imposibilidad de reemplazo.

Anteriormente dije en este mismo espacio que lo mejor que se podía hacer para comunicarse es ceder al otro el terreno de nuestro discurso para su libre interpretación. ¿Pero qué sucede cuando sólo hay espacio para los formulismos? ¿Cuándo el contexto no deja lugar a la interpretación, sino que los actos ocupan toda la escena?

En estas situaciones lo mejor es guardar silencio. El luto manda (un formalismo, por eso el matiz inicial) consolarse en la reserva más estricta, por lo que interrumpir ese mandato incurre en una falta de consideración. Vi imitar el rapto de la vida a John Spencer magistralmente en su último papel y lo único que oí fue un estremecedor grito sordo. Cuando el dolor nos embarga, cuando se nos cierra la garganta como si se anudara nos aferramos al más sincero de los silencios, para demostrar que “tanto dolor se agrupa en mi costado/ que por doler me duele hasta el aliento” (M.Hernández, 1935: vv. 8 y 9).

Por eso, nunca he entendido esas despedidas mortuorias del cine americano, en las que se hace un festín en honor al difunto que a veces está en la casa a cajón abierto mientras sus vivos le citan, pero sobre todo beben y comen como si no hubiera mañana. ¿Qué tipo de grosería recrean? La única frase inteligible y útil de Heidegger sobre la muerte que he podido rescatar reza: “Si alguna vez la ambigüedad es propia de la habladuría, lo es en este decir sobre la muerte” (M. Heidegger, 1972: p. 253).

Recuerdo el texto, Conducta en los velorios de J. Cortázar con el que he mortificado a más de uno gracias a su versión audiolibro. Hay un modo de actuar en y con la muerte. Pero no hay un modo de decir la muerte, mucho menos de verbalizar los sentimientos o el mensaje (con toda su fuerza y su intención) que uno querría transmitir a alguien que agoniza (y que aprecia).

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