INEFABLE

Los actos de habla abocados al entendimiento no tienen absolutamente nada que ver con los elementos locucionarios. Más que la manida refutación a la situación ideal de diálogo que plantea Habermas (Cfr. 1987, I:357), la auténtica invención de Teoría de la acción comunicativa es fundamentar en el lenguaje la comprensión. La imagen es tan absurda, como atribuir al tejido ocular nuestra capacidad de asociación entre objetos de un mismo color.

La perspectiva de Austin es válida, porque en su obra sólo se pretende describir la comunicación (1971:56), por tanto los elementos locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios son estadios de toda forma de expresión hablada, escrita o representada entre dos o más sujetos; pero que los hablantes comprendan, o tan siquiera entiendan el mensaje no afecta a la descripción del proceso.

El terrible fallo es trasladar esas categorías formales de los sociólogos del lenguaje a condiciones necesarias y suficientes para la comprensión del otro. Es de una ingenuidad supina afirmar:

Sólo los actos de habla a los que el hablante vincula una pretensión de validez susceptible de crítica tienen, por así decirlo, por su propia fuerza, esto es, merced a la base de validez de una comunicación lingüística tendiente de por sí al entendimiento, la capacidad de mover al oyente a la aceptación de la oferta que un acto de habla entraña (Habermas, 1987, I: 390)

¿En cuántos casos de nuestra vida cotidiana se nos presentan las condiciones de “verdad, rectitud y veracidad” y, sin embargo, la comprensión se diluye por cauces inexpugnables?

Entender lo que se nos quiere decir sólo está sujeto a la más misteriosa, mágica e incomprensible ausencia del lenguaje. Cuando los elementos elididos son más, cuando uno expresa menos, no por vaguedad, sino por identidad con el otro, entonces la comprensión aparece.

“No hicieron falta las palabras…” es una colocación lingüística que expresa esa comprensión mutua sin mediación de elementos locucionarios. O “a buen entendedor pocas palabras bastan”, también sirve para ejemplificar ese fenómeno. Si lo queremos enunciar en forma de paradoja: nada comunica peor que el lenguaje.

La connotación de los términos y su uso resultan tan equívocos en la evolución normal del lenguaje, que pocas veces logramos estructurar y unificar nuestro discurso con la intención de lo que queremos transmitir.

Como en los juegos de revistas de entretenimiento o las actividades de los malos profesores de idiomas, la comprensión surge cuando el emisor adivina o colige correctamente la palabra que uno ha dejado en el pequeño hueco que hay entre lo que ha dicho y lo que quiere transmitir.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.