LOS HECHOS

Entre las muchas modas difundidas por la Ilustración (aún más por la educación normalizada) está la que da importancia inusitada y autoridad irrecusable a los hechos. Los hechos, que convierten cualquier experiencia humana en la instrucción de un caso, alimentan el facticismo, enfermedad que afecta sobre todo a los pobres de espíritu, a menudo periodistas: lo que no es extraño puesto que los periodistas son justamente los que trafican con hechos.

¿Qué es un hecho? Podemos ensayar muchas definiciones plausibles: el correlato de una acción. Res gestæ. O bien, cuando no hay autor ni responsable establecido, lo que se tiene por acontecimiento, un suceso. O también el registro meramente cuantitativo de una ocurrencia que se repite. Los diccionarios a veces asocian el hecho con una hazaña o proeza –lo que es un disparate– o con lo efectivamente real y verdadero, interpretación en la que asoma un inconfesado positivismo y, por consiguiente, revela que quien la formula habla por boca de una vulgar ideología.

Cuando yo era joven (y muy radical) solía tener contacto con un tipo especial de facticistas de veleidades más o menos bolcheviques a los que se identificaba fácilmente porque, frente a un argumento opuesto a sus opiniones, casi siempre invocaban, como un mantra: “Un momento, vamos a ver, hay que atenerse a los hechos”; fórmula a la que seguía una pregunta protocolaria: “¿Cuáles son tus datos?”, como si establecer una fuente fidedigna de un juicio cualquiera o la referencia a un caso asegurara la verdad de una afirmación. Resulta curioso que fueran los regímenes totalitarios comunistas los que menos se atuvieron a las verdades fundadas en hechos y, para encubrir sus fechorías, sus incoherencias o sus injusticias y arbitrariedades manifiestas, no tuvieron prurito alguno en manipular de manera flagrante los datos y los hechos, como cuando eliminaron a Trotsky de la foto de uno de los mitines de Lenin; auténtica proeza técnica puesto que en aquella época no había Photoshop.

Lenin-Trotsky_1920-05-20_Sverdlov_Square_(original)

lenin sin trotsky

Los filósofos y los filosofantes hace rato que tienen en cuenta los hechos aunque, desde los lejanos tiempos de Heráclito, lo habitual es que no se fíen de ellos. Los llaman “fenómenos”, es decir, apariencias, o sea: lo que se manifiesta o se da a los sentidos pero que no se tiene por efectiva o verdaderamente real. Mucho habría que discutir sobre si esta desconfianza tiene fundamento y razón pese a que ha alimentado e intrigado a la filosofía desde tiempos inmemoriales. En este sentido, los realistas –los de toda la vida, discípulos de Tomás de Aquino, o los actuales neorrealistas italianos, que tanto se parecen a sus antepasados escolásticos– tienen razón cuando afirman que es hora de abandonar las ironías y los recelos pirronianos acerca de la realidad de lo real y prestar renovada atención a los hechos.

¿Pero es acaso nueva esa atención? La fenomenología nacida como “ciencia estricta” y alternativa a la cortedad de miras del positivismo decimonónico intentaba dar autoridad a los hechos, pero no renunciaba a mantener la desconfianza sobre la naturaleza de estos, quizá para evitar que la curiosidad y la capacidad crítica humanas quedaran avasalladas por el tipo de verdad facticista y ramplona a la que son aficionados los periodistas (sean o no comunistas o científicos). En este sentido la fenomenología se colocaba, como correctamente observó Ludwig Wittgenstein, en la posición de un discurso intermedio entre la ciencia y la lógica. La primera era experimental, la segunda analítica (Observaciones sobre los colores, 15). Aunque no es cosa de poner los ojos en blanco por este comentario de Wittgenstein ya que es obvio que lo hacía con intención peyorativa: entre la ciencia y la lógica, a fin de cuentas la fenomenología le parecía que no era ni chicha ni limonada. A diferencia del hecho, en el “fenómeno” veía la experiencia según una impresión, por ejemplo, como cuando decimos que un vidrio está “empañado” o cuando nos fijamos en una tonalidad cromática (oscuro, transparente, lechoso, etc. o tan extraña como el llamado “azul eléctrico”). ¿Se puede afirmar que el azul eléctrico es un hecho? Pues sí, pero solo para el observador que atiende a los fenómenos.

La ciencia en cambio se atiene a los hechos, pero a los que ella misma se da para llegar a certidumbres técnicas; y la lógica, como sabemos, es el reino de las formas, un mundo poblado por puras tautologías y contradicciones.

La ciencia no se ocupa de los hechos sino de sus hechos y la lógica lo hace de su verdad. Me temo que, por otra parte, los hechos tampoco son asunto de la filosofía. ¿Qué nos queda pues? El arte y la literatura, que sucumben y se dejan ganar (y engañar) por las apariencias.

(En momentos como este me ocurre preguntarme por qué demonios decidí dedicarme a la filosofía.)

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.