MENTIRA Y MÉTODO

Hay cosas que no necesitan ser convalidadas por nadie. No están hechas para ser vistas por observador alguno. Incluso aquello que, contrariamente, ha sido realizado para su uso o contemplación, puede camuflarse en su entorno y ser simplemente una cosa más.

Las obras existen con la misma naturalidad que las cosas. El cuadro está colgado en la pared como una escopeta de caza o un sombrero. […] Durante la guerra el soldado llevaba en su mochila los himnos de Hölderlin junto a los demás enseres. Los cuartetos de Beethoven yacen en los almacenes de la editorial como las patatas en el sótano de una casa

Heidegger, El origen de la obra de arte

Algunas pinturas rupestres que hoy en día admiramos y respetamos como la aurora de la representación y del hacer artístico, no son observables a simple vista pues fueron realizadas sobre puntos ciegos o rincones muy altos de una bóveda natural, como es el caso de la cueva de Niaux (Francia). Un hecho que lleva a pensar (E. Lynch, Ensayo sobre lo que no se ve, Abada, 2020; p.24) que tales pinturas no se hicieron para ser vistas. Podrían pertenecer a un ritual. Por lo tanto serían un accidente de lo que sí importa: el ritual. Lo otro, la pintura restante, es tan solo un rastro.

Un estatuto –el de ser rastro de– que en el arte contemporáneo ha cobrado protagonismo e importancia pero que fuera de ese interés sigue haciendo que los objetos que desempeñan ese rol se confundan con lo que hay. Al igual que las “obras de arte” que menciona Heidegger, lo que está ahí puede camuflarse en el entorno como si no estuviera. O al menos, como si no fuera lo que es (cambia el contexto y cambiarás la “obra”. Resuenan ahí las operaciones de Duchamp o Warhol sobre la “transfiguración de lo banal”).

Según lo dicho no sería extraño determinar que el acto de esconder opera del mismo modo que el de mostrar. Presentar el pasaporte o salvoconducto nos permite salvar un obstáculo, superarlo. Ocultar un hecho, como operación colindante a la mentira, tiene el mismo propósito. Parece que en todo lo que nos rodea hay una sutil dialéctica de ocultación / des-ocultación, tal como lo enseña la noción de verdad (alétheia) que maneja Heidegger -o el propio concepto de ironía, o la propia historia de las nociones de imagen-. Citando a Heráclito diríamos: «a la verdad le gusta esconderse».

¿Y qué pasa con la mentira? Toda des-ocultación de lo escondido debe hacerla alguien que convalida y contrasta el enunciado engañoso. Tanto más difícil será comprobar que lo expuesto no concuerda con la realidad no cuanto más escondido esté, sino cuanto menos «leíble» sea. Es decir, si no queda plasmado en ningún objeto distinguido que alguien puede convalidar o desmentir.

Deja rastros si quieres, pero no objetos que formalicen el engaño. La mentira, si no queda por escrito, es menos mentira.