TAUROMAQUIA

Aunque ahora no sea tan frecuente, a finales de los años ochenta, principios de los noventa, era relativamente sencillo encontrar una corrida de toros en alguno de los pocos canales televisivos que por aquellos tiempos había disponibles. Recuerdo que, siendo yo todavía un niño, mi abuelo solía ver conmigo alguna de esas emisiones, cuando se daba la ocasión de que hubiera ido a hacerle una visita. El espectáculo que ofrecían los toros, gracias al filtro del montaje audiovisual y la ausencia de otros estímulos que no fueran los que el aparato receptor imponía, se resolvía en una experiencia de ese “arte” un tanto alejada a la que, al pasar los años, una amiga me relató. Siendo ella clarinetista de una de las bandas que amenizan la tarde y anuncian el cambio de tercio a los que han ido a la plaza, me dijo: «Los gritos del animal y el fuerte olor a sangre son prácticamente insoportables, incluso desde la distancia, desde el palco que ocupa la banda».

Si hace unos años sintonizar una corrida de toros era un ritual relativamente ordinario en muchos hogares peninsulares, lo cierto es que en los últimos años resulta mucho más común asistir a un debate sobre los toros que ver una corrida. Algo que, dicho sea de paso, ha contribuido a que los niños españoles puedan dormir un poco más tranquilos, sin que las imágenes de violencia extrema en las que siempre resultan este tipo de eventos asalten sus sueños. Algo parecido a lo que me ocurrió a mí, hace apenas tres años cuando visioné, no sin algún que otro sobresalto, el documental Tauromaquia (2017) del periodista Jaime Alekos.

A nivel narrativo la película resulta muy efectiva por su aparente sencillez: las imágenes (muchas de ellas a cámara lenta), tomadas de múltiples corridas, se van entrelazando con abundantes citas extraídas de textos y manuales de referencia del «arte y técnica de lidiar toros». La nobleza y tensión que observamos en los movimientos de los animales filmados contrasta con las palabras que los describen como seres poco dados a la agresividad o a la pelea: el toro es ante todo un rumiante que solo ataca a otros animales (humanos o no) cuando se siente en peligro.

Si algunas partes del documental se erigen como un verdadero homenaje a la figura casi mítica de dicho animal (protagonista indiscutible de la filmación), el final resulta más propio de una película gore, dadas las numerosas heridas y mutilaciones que le son infringidas al toro (tal es la dignidad y resistencia que opone este a su ejecución), por parte de matadores, picadores, banderilleros y demás peones, a los que casi siempre solemos ver en segundo plano. El filme de Alekos opone a la asepsia de las corridas televisadas (que yo veía de niño), con sus planos aéreos y oportunos cortes, la materialidad del encarnizado ensañamiento que estas perpetran, bajando la cámara a ras de suelo y volviéndola hacia el animal. A partir de aquí, nos podría parecer que nadie en esas enormes plazas (ni toreros ni espectadores) tiene respeto alguno por el esplendor telúrico del toro (tal es el empeño que ponen entre todos en destruir al animal). Se produce aquí una suerte de desvelamiento: no hay «toro bravo» (clave de vuelta sobre la que se construye el relato de la tauromaquia) y el matador no es tal (la faena es un trabajo en equipo que, a veces, no consigue dar una muerte «limpia» al animal).

No creemos que hablar de los toros (o de los animales en general) sea una excentricidad. La historia literaria y filosófica occidental nos da buena cuenta de ello. Desde la antigüedad clásica la reflexión sobre la cuestión animal ha constituido una fuente constante de producción intelectual, que, a grandes rasgos, podríamos sintetizar alrededor de la respuesta que se quiera dar a la siguiente pregunta (no siempre explícita): si no tenemos respeto por la vida de los animales, ¿qué nos hará tenerla por la de nuestros semejantes?

Es aquí donde la película de Alekos puede resultarnos especialmente valiosa. En ningún momento el director pone en duda la condición artística de los toros. Alekos se muestra respetuoso en todo lo que se refiere a la corrida; incluso se nos muestra como un gran conocedor de la fiesta (de ahí la estructura de la obra, dividida en tercios, y las referencias bibliográficas que actúan como un eficaz contrapunto a las imágenes). La película consigue llevar más allá un debate que no por longevo ha resultado, como mínimo en los últimos años, más fructífero, en cuanto que las diferentes posiciones enfrentadas apenas se han movido un poco. La cuestión que plantea Alekos intenta ir más allá: al margen de motivaciones estéticas, económicas o sociales, ¿vale la pena mantener una forma artística que ocasiona tanto sufrimiento a otros seres vivos?