LARGO ARGENTINA

Los azares de la historia urbana de Roma hicieron que cuatro pequeños templos que formaban un área sacra reconstruida bajo Domiciano, volvieran a la luz en 1926 durante unos trabajos junto al Teatro Argentina. En su origen ocupaban una zona relativamente marginal de la urbs pero hoy son el centro geográfico de Roma, un punto en que se cruzan todas las comunicaciones urbanas.

Me asomo al agujero: una media manzana a bajo nivel a un lado de la estación del tranvía número ocho, que lleva al Trastevere. Me asomo… En realidad podría decirse que es al revés: ya se sabe que en Roma las ruinas siempre asoman ellas solas y te asaltan inesperadamente como un pasado insoslayable: fragmentos de muros, arcos ocultos bajo terraplenes, algún capitel caído, placas, inscripciones, escaleras ciegas. Los restos de piedra sostienen las basílicas y los puentes; los espacios de la ciudad tienen una forma regular que revela un uso olvidado. Descubrirlo, aunque no tiene nada de imprevisible, siempre es emocionante.

Esta vez la emoción es diferente. Me asomo al Area Sacra de Largo Argentina y compruebo que entre las ruinas habita cómodamente una nutridísima población de gatos. Unos gatazos fornidos, saludables. Los hay de todas las formas, tamaños y pelajes, repantingados bajo el sol del invierno, vigilando su territorio o inmóviles como esculturas, simulando indiferencia. Están tan a gusto entre las ruinas que casi se diría que son las almas reencarnadas de los antiguos romanos que recuperan su espacio sagrado.

Yo también me siento en Roma como esos gatos.

(Alto. Sólo falta que presumas de reencarnación.)

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