SOBRE LA FELICIDAD

Los obstáculos que nos impiden alcanzar la felicidad son insalvables. Según Freud, surgen de la imbatible supremacía de la naturaleza, de la incontenible caducidad del cuerpo y de la imposibilidad de armonizar las relaciones humanas en la familia, en el Estado y en la sociedad.

Sin embargo, una gran parte de las ideologías que predican la posibilidad de alguna especie de redención en vida se sostienen en la promesa –siempre incumplida– de que hay alguna manera de llegar a la satisfacción plena en alguno de esos ámbitos. El mercader de felicidad se reconoce porque su discurso habitual, de una u otra forma, promete un medio seguro de lograr esa satisfacción. También mercadea la ciencia cuando nos vaticina que nos librará del dolor y de la muerte. O la técnica, cuando asegura que conseguirá borrar las huellas del paso del tiempo sobre nuestros cuerpos. Y no digamos la política, cuando sostiene que la libertad es factible. Curiosamente, el prestigio de la felicidad depende de que estas promesas no se cumplan. Se diría que, sin contenido realizable, la felicidad consiste, en el fondo, en la mera esperanza de lograrla.

Por eso resulta tan difícil eliminar la esperanza de nuestros pensamientos: nos parece que, si abandonamos toda esperanza, sólo nos cabe ser infelices.

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