EXTRAÑOS NÓMADAS

Hay muchos tipos de judíos. Algunos muy característicos e idiosincrásicos. Por ejemplo: el judío llorón, que siempre está quejándose de lo mal que lo trata la vida; el judío socarrón, que ha dado unos cuantos payasos ingeniosos; el judío prestamista y codicioso, que alimenta el odio y el rencor de los antisemitas; y el judío rijoso, categoría en la que son conspicuos Hugh Heffner, Helmut Newton, Roman Polanski y Philip Roth.

Roth es un escritor obsceno, impúdico, ramplón y muy prolífico, cuya mayor habilidad consiste en trasponer en el registro de la prosa el imaginario de sus lectores. Lo hace de forma casi literal, de tal modo que sus libros resultan muy fáciles de leer. Su literalidad puede ser irritante y, como por añadidura sólo habla de sí mismo –como Kundera, por ejemplo– acaba resultando antipático, por mucho que nos acostumbremos a su prosa autorreferente.

Sin embargo, cuando no está dedicado a enseñar lo lúbrico y lo rijoso que puede llegar a ser, Roth en ocasiones puede ser agudo observador de lo cotidiano. En una de sus últimas novelas (Sale el espectro, Barcelona, 2008) anota:

Una de las notables satisfacciones de la vida urbana; desconocidos que alimentan la quimera de la concordia humana al comer juntos en un pequeño y buen restaurante. (p. 35)

En efecto, compartir la hora de comer en un restaurante es una significativa suspensión de la guerra que sólo se lleva a cabo –y no por casualidad– en un ambiente urbano. Roth descubre la analogía de la concordia en la comida en comunidad, entre urbanitas; recuerda a las hordas que acuden al jagüel a saciar la sed y, por una vez, dejan de combatir entre sí.

Los judíos, un pueblo trashumante y no obstante urbano, conocen todos secretos de la vida civilizada, que es la vida de la ciudad. Los judíos son los nómadas más extraños.

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