DEJÀ-VU

Un dejà vu es, según Freud, siniestro porque no es posible ver dos veces lo mismo (supuesto o principio de la absoluta singularidad de toda experiencia que se postula claramente en el celebérrimo fragmento de Heráclito a propósito del río). Toda repetición es funesta; es decir, igual a la muerte.

Por consiguiente, dejà vu implica que el que ve está muerto, o bien que lo que se ve pertenece al orden de las cosas muertas y al mundo de los muertos. Lo que se experimenta como dejà vu es un fantasma. Cuando entramos en contacto con esa experiencia trasponemos un límite, como Aquiles en su visita al Hades. La visita al Hades es “lo fantástico” en el peculiar orden de lo real descrito en los poemas homéricos.

Pero un dejà vu es además una infracción a la memoria porque lo que allí se nos da es un recuerdo alterado en su esencia. En efecto, cuando vemos algo que ya hemos visto no lo recordamos sino que repetimos su experiencia. Y no hay –no puede haber– dos veces la misma experiencia. Una de las dos es irreal, pero ¿cuál?

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