UN AIRE MELANCÓLICO (I)

Para los griegos la bilis negra (melaina kole) del mismo modo que para los hombres del medioevo la melancholia es uno de los humores del cuerpo humano cuya desestabilización puede tener unas terribles consecuencias que podrían conducir incluso a la muerte (así lo asegura el Regimen sanitatis salernitanum).

Para mi, la cuestión es la del papel de la vida del sujeto que se mueve entre el negro y el blanco de las situaciones del día día.

Ni el blanco ni el negro son colores, uno es la luz total, y el otro la ausencia de luz, por lo que cuando decimos que la vida es negra o blanca en realidad estamos marcando un hito en el camino, una marca que nos señala que en ciertos momentos los individuos están apagados anímicamente y por ello todo parece estar guiado por la zaina melancolía de la que resulta preciso intentar escapar. Mientras que en otros momentos todo parece cegarnos como la luz rutilante que incide sobre el preso liberado de la caverna platónica.

De manera que lo que hay son momentos que consideramos positivos para nosotros y otros que preferiríamos desterrar de nuestras vidas, pero eso no quiere decir que la vida sea blanca o negra. La vida de color gris nos libera de los dolores máximos al rebajar nuestras expectativas, pero también nos priva del disfrute de los mejores momentos al saber que debe retornar el gris que supuestamente jamás se fue. Sólo los muertos están muertos, los vivos no tenemos vidas negras ni vidas blancas, sino momentos que desearíamos nietszcheanamente que se repitieran ab aeterno, y otros que desearíamos que no hubieran sucedido jamás.

Una vida gris nos prepara para lo desconocido, para el más allá, como un padre sobreprotector que no permite que un pequeño juegue con los demás niños por temor a que se haga daño. Pero sin embargo ¿qué haríamos sin los malos momentos?, ¿qué haríamos sin los buenos momentos?

Recordemos una cita de Freud:

He tenido suerte, nada me ha sido fácil en la vida.

Pues eso, que la vida no es nada acabado, y que por ello es necesario dejarla brillar con todo el espectro de la luz —donde se encuentra la posibilidad de todos los colores— y no al amparo del gris para evitar los daños colaterales de vivir, como si la vida fuera una patología que se produce con el nacimiento y que acaba con la muerte. Soñar no debería ser un problema más que cuando le cedemos a los sueños el papel central de nuestras vidas para así evitar vivir.<

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