ALABANZA, ARROGANCIA Y CULPA

Con veintiún años escribió Heidegger:

Me aparté de la fuerza de la cercanía de Dios, esa fuerza
que crea a los héroes, (…)
(Pensamientos poéticos. Barcelona: Herder, 2010, p 31).

El citado fragmento de ese “pensamiento poético” me ha conducido a lo más épico de las batallas de la Iliada: A la lucha encarnizada ante las puertas de Troya, lugar en el que Patroclo mató a Sarpedón y donde tras dar muerte a ese hijo de Zeus, resultó herido por el joven dárdano Euforbo para finalmente acabar muriendo, tras recibir en su ijada el bronce de la pica afilada de la lanza de Héctor.

Los cantos de Homero son una gran fábrica de héroes que nos explican que para que éste nazca, primero ha de morir el hombre. La importancia que los rituales funerarios tenían para los griegos nos señala que únicamente después del entierro puede el héroe ver la luz. Ahí radica por ejemplo la importancia, no ya sólo de recuperar el cadáver de Héctor, sino el papel protector de Apolo, con cuya intervención el cuerpo no sufrirá ni un rasguño; pese a que un vengativo Aquiles lo ató de los tobillos a un carro tirado por los más veloces corceles para intentar destrozarlo. El héroe era un escogido del dios, no para convertirse en un superviviente sino para ser enterrado y poder así alcanzar la inmortalidad que la tumba y la lápida reportaban al escogido; al resto de guerreros les esperaba el olvido en el campo de batalla o ser devorados por los animales salvajes…

En el mundo clásico encontrarse al amparo de la fuerza de un dios es lo que terminaba haciendo de un hombre un héroe, la cercanía a la fuerza del dios insuflaba el vigor para el combate, pero también la temeridad necesaria para no retirarse de la contienda. Para devenir héroe era necesaria la muerte, dado que sólo esta aporta la garantía de la merecida inmortalidad de la que tras su hazaña gozará el héroe.

Sin embargo, en la actualidad es frecuente encontrar personas que aseguran que han conseguido tal logro porque Dios les ha ayudado y no son pocos los que consideran que ese u otro hombrecillo es un héroe, olvidando que los héroes no son los que sobreviven sino los que, una vez muertos, paradójicamente alcanzan la inmortalidad.

En tiempos pretéritos pensar que tal o cual dios estaba de parte de alguien no parecía tan arrogante como puede resultar la respuesta del cristiano, el cual únicamente cuenta con un dios. Es por eso que me pregunto si es peor la arrogancia de pensar que Dios está de nuestro lado o esa otra cuestión que La Rochefoucauld definió tan bien:

Le refus des louanges est un désir d’être loué deux fois.
(Maximes. Paris: Le Livre de Poche, 2007, p, 102).

(El rechazo de las alabanzas es un deseo de ser alabado dos veces).

En definitiva que hay quienes utilizan a dios no para realizar heroicidades sino para conseguir ser alabados de manera repetida, es por eso que al superviviente de una masacre no le queda más que convivir en secreto con la culpa, como les sucedió a tantos confinados en los campos de exterminio nazis, que lejos de considerarse héroes, prefirieron recordar que para estar entre los vivos tuvieron que comportarse como hombres y que por ello no sólo no se sienten orgullosos sino culpables por algunas de las decisiones y acciones que tuvieron que tomar. Ahí están por ejemplo las obras de Jean Améry, cuya única heroicidad (que no es poca) reside en mostrar que si la condición sine qua non para que un hombre se transforme en héroe está ligada a la cercanía de la fuerza de Dios, en los momentos en los que los hombres son abandonados por Éste al hombre no le queda más que comportarse como un animal humano.

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