VANITAS VANITATIS

Me dirijo de noche al centro de la ciudad cuando doblo una esquina para llegar a Gran Vía. En ella se encuentra un hipermercado de productos perteneciente a la cadena Veritas, que basa su fama en vender alimentos que tratados química o sintéticamente en ninguna etapa de su producción. Al pasar por delante me encuentro a un grupo de gente que, cerca de un cubo de basura que hay al lado del establecimiento, hambrean alimentos recogidos del suelo y de una caja de plástico que se encuentra ahí mismo. Ante mi asombro, ninguno de ellos presentaba algunos rasgos comunes a los indigentes que yo suponía: harapos, falta de higiene visible, especialmente en un pelo grasiento, zapatos sucios, cara sonrojada por posible ingesta de alcohol y un predominio de signos de vejez -o de un acelerado e incoherente envejecimiento- en sus caras. No iban todos juntos, lo que denota su práctica no planeada, pero sí tenían las mismas características: rozaban la treintena e incluso unos cuantos de ellos aún se encontraban en el decenio de los veinte. No vestían deshilachados sino con unas humildes prendas de colores (sólo por aspecto, pues sé que hay muchas tiendas donde puedes adquirir este tipo de ropa a un precio nada humilde) y que en ningún caso mostraban los efectos de un tipo de vida tan precaria como para obligarte a roer las sobras de comida.

Este cúmulo de cretinos convertían en equiparable la manzana en mal estado que el indigente muchas veces debe comer, con la orgánica que ellos sí aceptan mendigar, sólo porque es orgánica y no porque deban de rebajarse al no poder permitirse la comida, que es el caso del primero. Equivalencia irreverente para quien realmente lo pasa mal. Su actitud lo que hacía era convertir la mendicación en algo ocasional, como quien ahorra para comprar ocasionalmente ropa de marca –los alimentos orgánicos son mucho más caros que los corrientes-. Si fueran indigentes que hambrean usualmente estarían de peor aspecto, o ya habrían vendido las bicicletas que algunos montaban, para llevarse algo a la boca. No se rebajaban para obtener algo con lo que sobrevivir, que es el motivo por el cual uno puede llegar a humillarse como para buscar entre la basura, sino que lo hacían únicamente para conseguir algo de calidad. Fetichismo y del peor. Hambrear se convertía en algo frívolo y vanidoso.

Vanidad de vanidades, que actúa dialécticamente: hacer pasar por selecta la humildad conecta con un gusto selecto y nada humilde, que lleva a realizar sin embargo actos estúpidos, de pobreza moral e intelectual. La vanidad se vuelve vanitas cuando muestra por sus actos vanidosos (en teoría selectos) el pedazo de mierda que eres.

–Pero cállate y atrévete a morder la manzana podrida, si tanto criticas. Da igual si es orgánica o transgénica. Del polvo vienes y en polvo te convertirás.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.