DECEPCIONES

Just give me some truth,
All I want is the truth.

John Lennon

Según el DRAE la palabra “decepción” tiene dos acepciones. Por una parte quiere decir “pesar causado por un engaño”; y, por otra parte, significa “engaño”, sin más, tal como suele traducirse el vocablo latino (deceptio) del que procede, pese a que deceptio seguramente significaba bastante más que “engaño” en la medida en que surge de la negación del verbo capio, capis, capere, cepi, captum que significa “comprender”. En rigor, habría que tener cuidado al interpretar el prefijo de- que en deceptio tiene un sentido activo. En la deceptio no se produce el engaño del otro por la vía de escamotearle lo verdadero sino que se intenta hacer que no comprenda. Así pues, en la decepción, de acuerdo con nuestra cultura latina, uno no sólo es objeto de una mentira, de recibir gato por liebre (aunque también se trata de eso), sino de no haber comprendido. Mejor dicho, se trata de comprender, de caer en la cuenta, que uno no ha comprendido, lo que a menudo está asociado a un pesar. La decepción no es únicamente la humillación que se sufre tras el engaño sino el dolor que causa la verdad.

Clément Rosset diría que la decepción es el punto ciego en que intersectan la experiencia de lo real y la experiencia del doble: un momento de inútil conciencia en que el sujeto se coloca entre la banalidad de lo real y la consolación de esa banalidad que proporciona la apariencia, de tal modo que llega un momento en que el sujeto ya no se engaña más, o ya no acepta ninguna mentira, o ya no se manifiesta dispuesto a ser engañado: all he wants is the truth, aunque la experiencia de la verdad de lo real resulta tan poco gratificante para él como abrir una nuez vacía.

Algunas experiencias de la decepción pueden ser terriblemente dolorosas. La lista de las circunstancias decepcionantes es variopinta. El fracaso escolar, para un maestro dedicado; que un recluso reincida de la delincuencia tras un proceso de reeducación social; la traición de un amigo al que uno ya ha perdonado; la conversación íntima con un loco, cuando uno descubre que todo lo que afirma el loco –la verdad y la fantasía, la pasión o el desasosiego, la demanda o el rechazo– carecen totalmente de sentido y no tienen propósito: ni son pasión, ni deseo, ni rechazo, sino vulgares recursos del loco para refugiarse en su insensatez; la certeza de que un concurso estaba arreglado; el playback en un concierto en vivo; o el tedio que sobreviene cuando una vocación deseada se convierte en profesión. En la decepción la verdad llega para estropear una fantasía querida o necesaria.

Todas las fórmulas de las preceptivas eudemoníacas pensadas para paliar o evitar la decepción consisten en lo mismo: aceptar lo que se tiene (o lo que se puede aspirar a tener) como lo que se desea. Así pasa en el budismo ramplón y en la sabiduría estoica y todas ellas rematan en ese cliché que se oye por ahí: “es lo que hay”. El propio Rosset hay veces en que incurre en este consejo idiota que consiste en decirle al sujeto: no es decepción, es lo que hay. Pero la eficacia de esta fórmula práctica para dar cabida al principio de realidad se viene abajo cuando de lo que se trata es de la verdad. En la decepción que sobreviene cuando se conoce la verdad de algo, en el filo mismo de la fractura que separa lo real de la apariencia que lo enmascara, no puede ser ni paliada ni evitada, si lo que pretendes es ser un hombre de verdad.

La vía de la verdad es pues ascética, una vía dolorosa que recorre un solo camino, de una decepción a otra.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.