LA PENA MÁS GRANDE

En la página de los epígrafes que abre un libro de Kristeva sobre la depresión y la melancolía (Soleil noir: Dépression et mélancolie. París: Gallimard, 1987) se cita un pasaje de Céline, extractado de su obra Voyage au bout de la nuit. Traduzco:

Quizá sea eso lo que uno busca a lo largo de la vida, nada más que eso, la pena más grande posible para, así, devenir uno mismo antes de morir.

No hay que fiarse demasiado de la sensibilidad propia cuando uno está melancólico porque, lo mismo que la borrachera o la embriaguez de las drogas, la melancolía es un estado alterado de la consciencia, una manera de ser otro. Y en tal condición no se suele pensar como es debido. Así que, una vez descontadas la sorpresa y –enseguida– la emoción que me produjo leer el pasaje de Céline, intento pensarlo lo más razonablemente que sea posible. 

Devenir uno mismo… o, como reza el subtítulo de la autobiografía de Nietzsche, Ecce Homo, “cómo se llega a ser lo que se es”. “Devenir uno mismo” se parece a representarse la vida como askesis: elevación y resultado. Imitación de Cristo. Y fíjate que eso es lo que tiene de admirable el ejemplo de Jesucristo, que también se somete a la tortura y al escarnio antes de morir en la cruz.

(Son tantas las maneras en que sin saberlo repetimos el cristianismo…)

Llegar a ser lo que se es –uno mismo– es también una preceptiva délfica: conócete a ti mismo; pero lo que llama la atención en el pasaje de Céline es por qué, para devenir uno mismo –o sea, para llegar a ser lo que uno en verdad es–, para asumir la identidad irrenunciable y definitiva que es tan difícil alcanzar en vida, hay que ir en busca de una pena muy grande y hundirse en la desesperación. Me recuerda aquello de Per angusta ad augusta, uno de esos lemas que nos hacían aprender de memoria en el colegio.

Es cierto que toda manía es negación de la muerte, por lo tanto, nunca se es en la alegría o en el entusiasmo, de ahí que la beatitud nietzscheana siempre tenga algo que la hace parecer impostada, por lo que tiene de frenética. En efecto, esa es la traducción exacta de “entusiasmo”: estar poseído por un dios. ¿Pero alcanza eso para legitimar la experiencia penosa? ¿Qué se nos revela en la depresión? Porque en el texto de Céline esta necesidad está representada más que como una vocación o un deber, casi como un imperativo moral. ¿Y para qué serviría cumplimentar semejante mandato?

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