EGOÍSMO

¿Cuál es el límite que separa el viejo precepto antiguo que mandaba ocuparse de uno de mismo del moderno egoísmo? En la atención de sí hay la secreta esperanza de que ocuparnos de ser felices nos hará mejores en el trato hacia los demás. Eso cabe pensar que ocurre solo en una sociedad armónica e igualitaria formada por muy pocos miembros y, claro, sostenida por el trabajo de los esclavos. Pero en la sociedad moderna, formada por individuos desarraigados, la preceptiva antigua no puede tener lugar. Perseguir la felicidad individual no se traduce en bien para los demás. Algo se ha quebrado para siempre.

El hombre moderno es egoísta, que es un paso más allá –mejor dicho, una traición– del cuidado de sí mismo. Cuida de sí mismo para sí mismo. Mira lo que comenta Montaigne:

El principal cargo que tengamos consiste en que cada cual cumpla el deber asignado; para eso estamos aquí. Así como sería tonto de solemnidad quien olvidara vivir bien y santamente, pensando hallarse exento de su deber encaminándolo y dirigiéndolo a los demás, así también quien abandona el vivir sana y alegremente para consagrarse al prójimo, adopta a mi ver un partido perverso y desnaturalizado. (“Del gobierno de la voluntad”, Ensayos III.)

En el umbral mismo de la modernidad, Montaigne ya no invoca el cuidado de uno mismo antiguo y de paso descalifica además el amor al prójimo cristiano. Más aún, hay en su voto una manifiesta renuncia a los demás. A la felicidad de los demás.

(¡Sálvese quien pueda!)

Todos somos Montaigne: no olvidemos que Lui, il est notre semblable. Así pues, en la vida y en la sociedad modernas, puesto que nadie se ocupa de nuestra felicidad no hay posibilidad alguna de ser feliz.

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