ESTÁS LOCO (II)

Pero ¿qué pasa con el loco?

En su tesis de 1932 Lacan describe algunas peculiaridades de los sujetos psicóticos. Observa que para ellos el mundo a veces significa demasiado, o sea que es un medio sin contorno visible que se le representa rebosando de signos. Todas las cosas le hablan al loco, de tal manera que la única forma de tratar con un psicótico consiste en renunciar a comunicarle un mensaje cualquiera puesto que no sabría cómo procesarlo en medio de la maraña de señales, indicios y significados que lo rodea. Parecería entonces que el psicótico debería aplicarse a ordenar su caos interno pero, aunque resulta paradójico, la manifestación más conspicua de la psicosis es la incapacidad para llevar el caos de la propia experiencia individual a un plano simbólico. Quizá la salida a la locura debería consistir en proporcionar al loco los recursos que le permitirían articular de modo consistente esos signos que encuentra por doquier, pero es un propósito vano porque su vida cotidiana está justamente determinada por esta incapacidad para simbolizar lo que siente. Y simbolizar es algo que no se puede aprender.

Como no puede acceder a ningún orden simbólico, el psicótico vive atrapado en un mundo real  –demasiado real– en el que solo consigue reconocer situaciones que vive como si requiriesen de él una intervención inmediata. Así pues, no puede comunicar su estado a los demás como no sea a través de una actuación; y ésta, en la medida en que escapa a esos códigos simbólicos corrientes que son inalcanzables para el sujeto, acaba por ser muchas veces disparatada o delirante o bizarra y, con frecuencia, acarrea la desdicha para sí mismo (porque es incomprendido) y para los demás (porque infringe los códigos comunitarios que no consigue articular) pese a que, en rigor, cada actuación suya, por delirante o extravagante que sea, es en el fondo, una tentativa de autocuración en forma de una estructura simbólica fallida que recuerda el gesto de Nietzsche cuando se lanzó a abrazar a un caballo en una calle de Turín antes de hundirse en la sinrazón.

A algunos de nosotros, la impotencia del loco con relación a los símbolos nos inspira piedad.

(Y amor.)

Quedar fuera de lo simbólico implica ser incapaz de incorporar una regla social como máxima individual y principio de una conducta razonable. Por eso también observa Lacan que a menudo el psicótico deriva hacia los grupos religiosos y es dado a profesar cualquier fanatismo ideológico o a impulsar obras de caridad, en especial, aquellas que están guiadas por el imperativo de una reforma social o el desarrollo del bien público. Por este medio el psicótico busca inscribirse en un sistema organizado por esas reglas que no encuentra dentro de sí. O bien intenta restablecer el orden por la vía de una justicia bizarra; o si no, a falta de una estructura de referencia interna cree poder hallarla en instituciones determinadas por normas estrictas y explícitas, como son las órdenes religiosas, las sectas y las instituciones jerarquizadas y disciplinarias, como las militares, a las que suele adherir sin condiciones.

(¿Y tú por qué estás loco entonces?)

Buena pregunta. Porque así me lo aseguran, uno que está loco y otro que sabe de qué está hablando, de modo que, aunque yo no lo sé, intento averiguarlo sin hacer daño a los demás.

Lo malo es que no siempre me da resultado.

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