EL ESCRITOR

En una conversación con el Dr. E. Lynch (prometo no ser indiscreto) nos enrocamos en una discusión recurrente que me he prometido ganar.

Allí surgió (a raíz de una deuda morosa del profesor) una de las preguntas más circulares sobre la creación literaria. ¿Qué convierte a un hombre en escritor? Evidentemente, no es el texto o al menos no cualquier texto (no será este el documento definitivo, mucho menos teniendo como protagonista a alguien que ha teorizado mucho más y mejor sobre el tema que yo, pero debo reparar en el siguiente matiz). Aquella tarde, yo defendía el "estilo" como la marca formal en un texto que devolvía a su autor convertido en escritor. El sentido es bidireccional, pero sencillo. De los elementos formales de un texto, el estilo se caracteriza por su naturaleza refleja: pertenece al autor y a la vez queda impreso en el texto. Sin pertenecer al segundo, en el primero jamás se manifiesta. Es por tanto el texto con determinado estilo, prestado por un autor, el que valida la "credencial" de escritor.

En cualquier caso, en ningún momento hablamos del contenido. La historia es indiferente, por tanto. Ni siquiera su composición (la trama) habilitará alguna consideración respecto del autor y su estatus. De ser de otra manera, aquellos dadaístas y algún surrealista riguroso no hubieran podido ser considerados escritores jamás.

Mi acalorada defensa de la forma, que casi llega a menospreciar la épica, dio pie a mi interlocutor a entender allí una reproducción de las teorías de Juan Benet en torno a la novela. Nada más lejos. La máxima popularizada de la poética benetiana que nos exhorta a "salir de la taberna" (La inspiración y el estilo, 1966: 9) lleva consigo un interés histórico muy concreto: regenerar la literatura española del siglo XX apartándola del folletín del siglo XIX, de un realismo ya manido. La pretensión final de Benet es abolir la fábula, dejar la novela sin su estructura triangular. En resumen, crear una narración sin contar prácticamente nada, centrándolo todo en el medio, como sugiere Marshall McLuhan en The Medium is the Message: An Inventory of Effects (1967).

Es totalmente lícito el proceso poético de Benet, que ha logrado una prosa única y a la altura de los grandes. Aquí no centro la discusión en poéticas de la forma (como la de Joyce o la de Beckett). El camino es el contrario, lo que intento no es ir de la forma para la eliminar la historia, sino ir de la forma para habilitar al narrador. Son caminos casi opuestos. Lo que Benet consigue es un texto en el que jamás se sabe qué sucede, quién es cada personaje o dónde se reproduce la acción. Mi objetivo es hablar de algo previo, esta explicación vale para escritores clásicos y contemporáneos, románticos y realistas, todos dentro de su propio contexto se ven determinados por su propio estilo. Y en esa medida crearon y crearán obras más o menos exitosas o valiosas.

En definitiva, aquella tarde –entre lasaña y escuela escocesa– ni yo hacía pedagogía pro benetiana, ni el futuro narrativo del Dr. Lynch se veía modificado.

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