UNA COMPOSICIÓN

Me detengo un momento en medio de la gran explanada que se abre hacia el mar en la playa de San Sebastián en la Barceloneta.

La mañana es diáfana y el aire está fresco a pesar de que el sol de Mayo brilla intensamente. Miro a mi alrededor. Todo está en su sitio, aunque ya sé que falta algo en ese lugar. Repaso los objetos uno por uno: las palmeras, los postes del alumbrado público, las sillas y las mesas de aluminio, los extraños personajes de la escultura de Juan Muñoz, encerrados en una jaula en el centro de la plaza, las marquesinas de los restaurantes y esa cabina de cemento que está colocada como una mastaba frente al mar. Está todo allí, el mismo orden conocido pero dispuesto ahora como un escenario vacío (porque yo sé que hay algo que falta, algo que ya no está allí). 

Recuerdo entonces una observación de Valéry (Teoría poética, 79) cuando describe la situación poética como un momento inefable en que los objetos y los seres conocidos se ponen de pronto en relación con nuestra sensibilidad. “Se llaman los unos a los otros” –escribe Valéry– y se combinan entre sí como si formaran parte de una composición musical.

Entonces concluyo que, si la composición está allí, lo que falta en la explanada de San Sebastián tiene que ser como la música; aunque enseguida me resigno, porque está claro que eso ya no depende de mí.

Retomo entonces mi marcha.

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