PRESAGIOS

Llevo un rato dándole vueltas en la cabeza a una frase. Al mismo tiempo, busco anagramas de un nombre de mujer, que por pudor no mencionaré aquí. Lo inexplicable tiene algo de absurdo, porque nos atrae e intentamos darle algún sentido, cuando en realidad es siempre una proposición analítica: no tiene explicación. Se distingue del estado de ignorancia por ser una propiedad del objeto y no un estado del sujeto.

Lo curioso de lo que explico aquí es que la frase en la que pensaba no tenía ningún significado, pero cuando mi memoria ya iba desecharla volvió a aparecer fuera de mi mente. La vi inexplicablemente escrita en otra lengua en la pantalla de mi televisor: evidence of things not seen.

Definimos “presagio” como un conocimiento de las cosas futuras por medio de señales que se han visto o por sensaciones. En realidad, le damos un valor epistémico porque le suponemos cierto razonamiento deductivo, aunque sólo hayan sido yuxtaposiciones de acontecimientos más o menos azarosos.

Hermes es el dios-presagio, apodado así por Apolo, que le enseñó sus artes adivinatorias, y reforzado por Zeus, que lo nombró su heraldo. A pesar de su potencial narrativo, sólo aparece en las aventuras míticas de soslayo, posibilitando la trama o el ardid de los protagonistas. Solamente las historias sobre su origen lo colocan en el centro narrativo (Cfr. Pierre Grimal: 263 y ss.). Justamente así se suceden los sucesos que avanzan hechos futuros (deducidos o no): como desvelados vagamente, un detalle al que no damos importancia, pero que al final de la historia vuelve con una nueva fuerza que muestra el sentido global de la narración.

La fe es la evidencia de las cosas que no se ven. Y la fe es confiar en que el paradigma de lo inexplicable es verdadero, a pesar de la razón. Ambas posiciones son intrínsecas al ser humano, pero yo soy ateo y Hermes, el dios de los ladrones…

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