LA PRIMERA VEZ

El fundamento de todo relato de formación

(Vaya, te ha salido un comienzo pedante para un ensayo pretencioso…)

es la experiencia primera. La ocasión primera de lo que sea: el primer amor, el primer trabajo, la primera decepción, el primer muerto, el primer automóvil, etc. A partir de una primera experiencia se desarrolla todo lo demás, como prolongación de una clave que se desenvuelve de forma fatal hacia el desenlace.

Es muy difícil prescindir del atractivo especial que nos inspira, en algunos manifiestamente y en otros de manera encubierta, cualquier cosa que hayamos hecho o experimentado por primera vez. En la primera vez de algo están los patrones usuales de valor y sobre ellos edificamos auténticos sistemas de jerarquías afectivas. Por ejemplo, el amor (o el desamor) es por fuerza lo que sentimos en los primeros escarceos adolescentes. También hay una primera vez para el desengaño (pero eso ya no ocurre solamente en la adolescencia). El trabajo es una tarea que hemos visto realizar por primera vez a nuestros padres y que de pronto nos vemos realizando nosotros. La ciudad que sentimos como nuestra y es nuestro primer espacio, es la extensión de los trayectos que llevan desde la casa familiar –nuestro primer hogar– hacia cualquier otra parte.

Con la misma regularidad con que vamos adquiriendo seguridades con relación al mundo que nos rodea, un buen día nos damos cuenta de que hemos saltado del otro lado del mostrador porque nos creemos en posesión de un tipo de experiencia diferente, que no calca ni remeda ni varía la primera ocasión sino que es capaz de aferrar lo efectivamente real de lo real en un sentido mucho más maduro y diferente. Pero esta visión es equivocada. Un individuo puede transformarse en un personaje de renombre: hacerse presidente de lo que sea o artesano de oficio y habilidad reconocidos ya sea como artista, atleta, millonario, piloto de carreras o bailarín de cabaret; y otro individuo puede caer en la abyección o convertirse en un santo adorado por los demás. A lo que haya llegado no importa. La realidad, en la medida en que significa algo para él, estará localizada en el comienzo de su formación. Sentirá que solo el comienzo es lo real y lo que importa.

Me pregunto cuánto debe a este prejuicio la unánime admiración reverencial que despiertan los griegos; porque Grecia es el comienzo de tantas cosas… Si lo único auténtico es lo que se ha vivido por primera vez y todo lo demás es apariencial, transitorio, circunstancial, episódico, un mero reflejo del fundamento originario, las representaciones más comunes, como por ejemplo, la identidad de uno mismo o la propia investidura profesional o intelectual, en cuanto tiene de relacionado con el momento presente, tienden a ser consideradas como falsas; y así ocurre que la vida adulta, que es demasiado larga, se nos representa como plagada de experiencias irreales y la infancia, en cambio, viene a ser lo real mismo cuando lo cierto es que es un tiempo de la vida que, paradójicamente, sólo podemos conocer a través de la memoria. Es decir, inventándola.

En tamaña ilusión estamos.

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