EN EL MEDIO

Hace ya unas cuantas décadas, en un libro titulado El espejo de la producción: Crítica de la economía política del signo (Barcelona, 1980) Jean Baudrillard observó que, para generar valor, el modo de producción capitalista había pasado a ser un sistema de promoción vertiginosa de intercambio y ya no tanto un modo de producción en sentido estricto. El capital ya no produce cosas –detectaba Baudrillard– sino, si acaso, puro valor; y éste, de acuerdo con la célebre distinción entre valor de uso y valor de cambio sugerida por la economía política clásica, solamente el que fijan las relaciones de intercambio, un contexto donde, para establecer el valor, más importa la relación entre oferta y demanda o entre abundancia y escasez que la propia utilidad de la cosa que se intercambia. Se produce para el intercambio y ya no para satisfacer necesidad alguna, siendo el llamado “consumo” una representación fantasmática, o sea, una falsa conciencia, del frenético trasiego de los signos.

Consecuentemente, las cosas valen más o menos de acuerdo con sus cualidades inmateriales y no tanto por su naturaleza o su implicación en la satisfacción de las necesidades humanas, de tal modo que los que en verdad se enriquecen no son los que producen un gran número de bienes que reclama el mercado sino los que acechan a un lado de los intercambios, los que intermedian o los que suministran al mercado los instrumentos de mediación. En la actual disposición de la economía mundial el dinero lo hacen los go-between, porque lo que en verdad necesita el capitalismo en esta etapa de su desarrollo no es una mayor producción –que de eso ya se ocupa la casi inagotable mano de obra esclava que se encuentra en Asia– sino un constante perfeccionamiento de la intermediación.

Que Apple siempre busque convertir su último gadget en plataforma, es decir, en un medio de obtener algo, revela hasta qué punto era perspicaz la observación de Baudrillard. Si la gran banca judía y hugonote se enriqueció al proporcionar los instrumentos inmateriales de crédito necesarios para financiar la primera etapa de la revolución industrial, la segunda etapa de esta revolución requiere de más y mejores instrumentos de información y mediación para sostener, a su vez, el sistema financiero, que sigue en las mismas manos pero que ahora afronta la amenaza de nuevos mediadores que acechan y sostienen su mediación.

La (inter)medicación es reina. La discriminación de valor, como la discriminación de las marcas en las performances de los atletas, ya no se establecen según patrones físicos, porque hace ya tiempo que los límites de las capacidades humanas han sido alcanzados, sino que se determinan produciendo instrumentos de generar diferencias: los segundos descompuestos en décimas, centésimas, milésimas. Si no hubiera instrumentos para mediar en las competiciones no habría competiciones ni diferencias. Si no hubiera ordenadores no podríamos gestionar el tráfico aéreo ni hacer inversiones “a futuro”, hipotecas enlazadas con otras hipotecas, fondos de inversión o redes de paraísos fiscales. Asimismo, las condiciones de la competencia aconsejan reducir al máximo el riesgo, no producir sino intermediar y hoy en día la intermediación por antonomasia es el control de la información a través del control de su mediación sin que importe lo que se transporta, se comunica, se informa o se media. Las llamadas “redes sociales” no son más que sutiles intermediaciones que poco a poco sustituyen las relaciones antaño consideradas reales.

Nunca ha sido tan claro que todos, sin excepción, estamos instalados en el medio de algo.

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