TEORÍA LITERARIA

Un comentario marginal de un crítico americano llamado Stanley Fish, que goza de celebridad por sus opiniones de marcado relativismo, afirma que la lectura literal de un enunciado cualquiera, en el fondo, es una interpretación entre otras. Es decir que, según Fish, el que dos más dos sean cuatro no quita que se trata de, en última instancia, una opinión. Lo afirmado supone que no existe para este crítico una jerarquía de los significados sino –siempre– una decisión que discrimina entre ellos y, en términos de juicio, lo que importa es la índole de la decisión. Naturalmente, esta afirmación sugiere que nunca puede haber referencia absoluta o criterio para nada: solo conjeturas de significado cuyo valor de verdad o de consistencia es la fuerza que tienen para imponer sus puntos de vista, la fuerza persuasiva del juicio, fuerza retórica que ningún texto, hecho o circunstancia puede convalidar.

El alcance de la afirmación de Fish es limitado si de lo que se trata es de establecer, por ejemplo, qué quiso decir Leibniz o Hobbes o Marcel Proust en esta o en aquella ocasión. Su tesis simplemente intenta liberar al comentario del texto (que es la labor del crítico) de cualquier responsabilidad respecto de un supuesto significado literal. Pero la misma afirmación adquiere consecuencias imprevisibles si la postulada literalidad débil, reducida a mera interpretación, se aplica a contextos que no son textuales o discursivos. Por ejemplo, si el asunto en manos no es un texto y su significado correspondiente sino un hecho o una representación del hecho.

Intento imaginar cómo funcionaría este criterio de literalidad en otros contextos; por ejemplo, en la calificación de un asesinato o una traición, o de cualquier crimen que tenga consecuencias graves o de cierta trascendencia. Si no hay referencia que sustancie un acto criminal por contraste con un hecho puesto que la determinación del hecho en sí, en la medida en que es judicativa y objeto de enunciado, implica una interpretación asociada a él y ésta no puede remitirse a ningún estado de cosas, ¿en qué puede consistir un juicio de ese acto? Todas las interpretaciones son revisables y todas las sanciones, incluso la de una eventual inocencia, resultan válidas. Es evidente que semejante pauta implica la renuncia a toda aspiración de verdad o, quizás, la reducción del patrón de verdad a una voluntad de sesgo asumido por quien enuncia.

Más aún, tras reflexionar un poco, comprendo que la afirmación de Fish es al mismo tiempo válida  –en efecto, la literalidad de un enunciado es una interpretación reconocida como absolutamente correcta pero su carácter absoluto no se aplica al reconocimiento que la estatuye como tal– y un disparate desde el punto de vista lógico que, por desgracia, descalifica la manera de pensar y el método de cierta crítica y nos sume en lo que Hegel llamaba “la noche en la que todos los gatos son pardos”.

No. El significado literal existe, aunque no siempre podamos colocarlo en la cima (o en el fondo) de una jerarquía hermenéutica y aunque estemos siempre en posición de remitirnos a él o no. Lo que pasa es que buena parte de la llamada teoría literaria no sabe lo que dice; o simplemente, no sabe pensar.

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