SINTAXIS

Una idea equivocada de lo que es estilo lleva a algunos a enriquecer innecesariamente sus textos poniendo el énfasis en el léxico. Dicho de manera menos pedante: a fijarse en las palabras. Lo cursi o lo amanerado o lo pomposo en el estilo sobrevienen cuando las palabras predominan sobre la construcción: el adjetivo inaudito, el verbo extrañado o fuera de lugar, el cultismo o incluso la tentación del neologismo –recuerdo una frase de Alejo Carpentier en El siglo de las luces, en la que aparecía la expresión “caderamen de las mujeres” para describir por comparación con el maderamen de los barcos las voluptuosas caderas de las mujeres del Caribe– que da a los escritores la ilusión de que su genio consigue imponerse sobre las cortapisas de la lengua propia. Al inventar una palabra sienten que realizan un acto demiúrgico, que de pronto están a un paso de ser un dios, puesto que una palabra nueva es una cosa que, antes de ser nombrada, no existía en el mundo.

(Los filósofos son aún más prepotentes en esto de inventar palabras.)

Pero las palabras no son más que ladrillos de una construcción, piezas de un rompecabezas, los colores puros que se transforman en la paleta del pintor. No pertenecen al hablante sino a la lengua, cuya administración es anónima y desconocida.

En un comentario hecho al pasar en la introducción a su libro sobre el discurso amoroso, Roland Barthes –otro que escribe textos acaramelados con palabras extrañadas– observa que la locura no se detecta en las palabras sino en la sintaxis. Las palabras no son locas –afirma–, aunque pueden ser perversas; y añade que es en la sintaxis donde el sujeto encuentra su lugar. El loco, pues, se revela en sus frases, como un discurso sin sujeto.

En efecto, la frase es el espacio oral y textual de la forma, la parte del discurso que se puede alterar y reinventar, la zona de las cadencias y los ritmos, de la entonación y los acentos. La frase no nombra sino que expresa; y la expresión, como sabemos, es lo propiamente subjetivo. El loco, pues, no lo es por sus palabras sino por lo que dice al articularlas en el marco de una sintaxis bizarra. Significativamente, también lo hace el escritor cuando hace bien su trabajo. La sintaxis –que quiere decir conformación según medida– es la invención de un pequeño sistema, un cuadro de relaciones nuevas entre los signos, una auténtica composición.

(Así se llamaban los ejercicios de redacción cuando yo era un alumno de la escuela primaria.)

Aprendemos las palabras de memoria, pero ¿cómo aprendemos el arte de la sintaxis? ¿Lo aprendemos?

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.