LA VIRTUD

En un pasaje de su Diario, Kierkegaard observa que solo cuando llegamos a comprendernos íntimamente, los contratiempos de la vida dejan de resultarnos dolorosos; y así, todo lo incierto o imprevisible o inexplicable cobra sentido y los días corren de manera apacible; aunque, como suele ser habitual en él, enseguida se desmarca de su propia observación y advierte que la ironía –que también es un componente necesario de la vida– hace que volvamos a extraviarnos, lo que es hasta cierto punto lógico puesto que en el viejo imperativo “Conócete a ti mismo” está implícito el dar por admitido que no nos conocemos.

En efecto, es una ironía (ya sé que esta expresión es un cliché) que la virtud solo pueda alcanzarse cuando hurgamos en esa parte de nosotros que no conocemos; pero, honestamente ¿hay algo de nosotros que no conozcamos?

Ralph Fiennes usa una cita de Charles Dickens como epígrafe al comienzo de su conmovedora película The Invisible Woman. La frase reza (cito de memoria) algo como esto: “Lo que sea un hombre en verdad es siempre un insondable misterio para los demás”.

Cierto, es un misterio para los demás, pero no para sí mismo.

De modo pues que no nos engañemos, la máxima délfica y socrática Nosce te ipsum no es, como piensa Kierkegaard, irónica (como es ironía que el primer saber consista en admitir que no se sabe) sino moral. Su mandato está claro: mira bien y con cuidado, reconócete en lo que piensas y en lo que haces, como si fueras otro; aprende: ese eres tú.

La tarea de conocerse a uno mismo no es una empresa que pueda llevar a cabo uno que presuma de ser irónico porque ese siempre hace trampas. Solo el que es en verdad virtuoso es capaz de semejante audacia.

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