INSTITUTRIZ

Va un psicoanalista y afirma de manera contundente que cuando un individuo se niega el deseo comete un acto de cobardía moral.

A primera vista la fórmula parece que sirva para convalidar todos los caprichos: no seas cobarde, no des la espalda a tu deseo, etc. ¿Pero cuántas pueden ser las variedades del deseo de un hombre (o de una mujer)? Y, por otra parte, ¿cómo se representa la valentía o la cobardía si se las enfoca moralmente? ¿Un exhibicionista es valiente? ¿Una frígida anorgásmica es cobarde? Y la hetaira, ¿está más allá del bien y del mal?

(Eso quisiera ella.)

Dejemos a un lado por un momento el campo del deseo, que siempre está envuelto en una espesa tiniebla, y consideremos el de la moral. ¿Existe la “cobardía” o la “valentía” morales? La idea de “cobardía” es incompatible con la moralidad. La conducta del cobarde, lo mismo que la del valiente, quedan fuera del dominio de la sanción moral, es decir, no pueden ser estrictamente valoradas y quizá por eso mismo pueden ser ejemplares. Si atribuimos valor moral a los actos de coraje o a una cobardía, nos comportamos como hugonotes que confunden el deseo con la voluntad.

¿Qué hacemos entonces con el deseo? ¿Nos lo concedemos o nos lo negamos? La alternativa es absurda puesto que el deseo siempre está allí; y manda. ¿Negarlo, realizarlo? Esas son fantasías de psicoanalistas que, a fin de cuentas, llevan una institutriz escondida en el fondo del alma.

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