FUERA DE CONTEXTO

Escucha con atención (y fruición) los funerales de la reina Mary, opus Z 860 de Henry Purcell. Primero suenan los pasajes solemnes a cargo de la sección rítmica, que dan comienzo a la marcha fúnebre; y después se oyen las voces que cantan e invocan a la misericordia del Señor en la ocasión de la muerte de la reina. La pieza es música funcional, pensada para una ceremonia, o sea que debería escucharse como una misa cualquiera en el marco de un rito. O quizá lo correcto sería asumir que la pieza se confunde con la liturgia, tal como hace toda función, –por ejemplo, en los objetos de la arquitectura–, de tal manera que la música de Purcell sea la ceremonia misma y nuestra escucha, pues, una especie de participación ritual.

Supongamos que, en efecto, Z 860 de Purcell contuviera dentro de sí el rito y se confundiera con este. ¿Dónde estaría entonces la ceremonia propiamente dicha? ¿En la partitura, en la escucha o en los funerales mismos que alguna vez, hace muchos siglos, se celebraron y que no podemos reproducir?

Pese a que la experiencia de la pieza de Purcell es muy intensa, no podemos responder a ninguna de estas preguntas. Lo único verdaderamente tangible es la experiencia actual que, sin embargo, puede ser manipulada como hizo Stanley Kubrick cuando la empleó en la banda sonora de The Clockwork Orange (por cierto, entre las suyas, mi película predilecta) y que se desvanece a medida que se desarrolla, como sucede con todas las piezas musicales. Las composiciones musicales tienen lugar como si escapasen a la memoria.

Siempre es posible especular y pensar que cuando se trata de la experiencia de los funerales de la reina Mary de Purcell toda referencia a ellos se da fuera de contexto, pero justamente aquí está el problema que plantea el caso: ¿cuál es el contexto auténtico de la pieza de Purcell? Por alguna razón –se resiste a usar la gastada categoría “arte”– la pieza de Purcell no parece tener contexto, no solo porque puede ser reproducida infinidad de veces y en infinidad de registros y con infinidad de usos que no necesariamente son fúnebres sino porque para escucharla es preciso sacarla de contexto. En otras palabras, se trata de conseguir que no sirva de fondo musical para unas exequias reales ni denote una ceremonia fúnebre. Y esto es fácil puesto que nos separa mucho tiempo de su ocasión, tanto que ni siquiera la letra de la Oda, que daría anclaje significante a la pieza musical, significa. Podemos recabar esa letra en el inmenso Archivo virtual, pero para qué, si ya no la oímos. Al escuchar la pieza de Purcell lo hacemos de forma secularizada y solo atendemos al modo como se van componiendo las voces de manera tal que también la letra de la Oda queda fuera de contexto, es decir, deja de ser “letra” (y aquí apunto al pasar aquí la letra de una canción se dice lyrics en inglés).

Ah.., pero si está muy claro lo que ocurre: no hay obra ni cosa ni suceso –llano, pedestre, ordinario, bastardo– que esté o que sea, en su contexto. Todo cuanto nos sucede justamente sucede porque ha sido sacado de contexto, reinscrito, relocalizado, repuesto por nuestra inteligencia o nuestra sensibilidad que aplica su atención sobre lo extraordinario. Lo que se suele denominar “arte” no es más que la estipulación muchas veces discutible, opinable, de un contexto nuevo. Por esta razón la transformación de este gesto de relocalización en una experiencia semirreligiosa y con harta frecuencia espuria solo encuentra un contexto o marco de realidad cuando se fija en un valor de mercado. Cuando la obra adquiere un precio asume su definitivo contexto como «obra de arte». Y por esto mismo toda tentativa de contextualización como la que proponen por distintos procedimientos los materialistas, los que apelan a la ciencia, los que presumen de su realismo, etc., en suma, los que habitan el mundo de Sancho Panza, está inspirada en un signo de valor cuantificable, unas veces establecido por el mero contraste entre mercancías semejantes o, en definitiva, por su escasez.

Asimismo la Oda de Purcell es valiosa porque es única. Y a menudo el llamado “valor de verdad” de un acontecimiento único consiste en la sustitución del mirabilium por su respectivo contexto. Es fácil: fijemos una clase de un solo individuo, un mundo posible habitado por uno solo y tendremos puro contexto. Determinar una obra tan singular que ya no pueda estar fuera de su contexto.

(Vaya: ahora me doy cuenta de que si pudiera verte en tu contexto, podría perdonarte.)

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