DEJAR DE SER

La expresión ”no deja de ser” se suele hallar sobre todo en las prosas engoladas, en escritos con alguna pretensión de sabiondez o de suficiencia científica o humanística y en los textos que redactan los profesores universitarios (mal categorizados como “académicos” por efecto de las traducciones torpes del inglés). “No deja de ser” es, por supuesto, una fórmula pomposa y muy retórica que sirve para afirmar la alternativa a la condición que nombra puesto que no sugiere que algo deje de ser sino precisamente lo contrario, que algo es y sigue siendo aquello que es; y al mismo tiempo introduce el registro de un cambio en el estado de consciencia del que escribe en forma de una especie de llamado de atención.

Así, por ejemplo, si leemos algo como: “no deja de ser notable que la democracia en España bla, bla” hemos de entender que “resulta especialmente significativo (o notable) que la democracia en España” seguido de algún comentario sobre el caso. O bien un “fíjate qué curioso, la democracia en España, etc.”

Como es habitual que quien gusta de expresarse con este tipo de fórmulas pomposas tienda a usarlas constantemente, puede ocurrir que a un lector sensible a los clichés de pronto le dé por leerla casi literalmente, en toda la dimensión de lo que enuncia, esto es: que algo no deja de ser (lo que es una obviedad, pues todo lo que no deja de ser, sigue siendo, permanece) y a continuación preguntarse qué tiene de especial que algo no deje de ser para descubrir que “no dejar de ser” es una negación doble y, por lo tanto, una extraña manera de dar énfasis a una afirmación que, en todos los casos, se aplica a un calificativo, nunca a un sustantivo. Algo semejante sucede con la expresión –igualmente retórica y prosopopéyica– “no es sino” que en rigor ha de entenderse como “es justamente”. En ella de nuevo la negación refuerza una proposición de existencia y la inviste de cierta necesidad.

Parecería pues que la fuerza ilucionaria de este tipo de fórmulas retóricas (“no deja de ser”, “no es sino”) se vale de la potencia existenciaria de la negación, pero lo cierto es que su significado se apoya además en un supuesto metafísico: la imposibilidad fáctica o empírica de que algo pueda dejar de ser y en el envío, que obra casi por arte de magia, según el cual lo que no puede dejar de ser, ha de pensarse como que es absoluta e indiscutiblemente.

Y esto último –que me perdonen– es una argucia para colar de forma subrepticia una afirmación o un juicio cualquiera sin necesidad de dar razón de ellos.

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