LO QUE NO SE VE (III)

Le Petit Prince es un texto célebre que no necesita presentación. Yo lo leí originalmente en una traducción argentina de Bonifacio del Carril, con el título “El Principito”.

(Este diminutivo que consagró la versión del Carril, siempre me pareció un tanto torpe y hasta equívoco, aunque es casi seguro que, si hubo equivocidad, no fue deliberada. Ocurre que en el habla popular rioplatense los diminutivos aplicados a personas se emplean para expresar cariño o simpatía hacia alguien pero también se usan para descalificar a la persona referida por ellos. Por lo tanto, si hacemos esta salvedad, Le Petit Prince no debería ser un “Principito” sino simplemente “un príncipe pequeño”.)

En cualquier caso, el célebre relato de Antoine de Saint-Exupéry, publicado en primera edición en 1943, vendió desde entonces varios cientos de millones de ejemplares y ha sido profusamente citado. De ese repertorio la cita quizá más famosa reza así:

On ne voit bien qu’avec le cœur. L’essentiel est invisible pour les yeux.

Es una fórmula muy simple pero, como se verá, puede dar lugar a un amplio abanico de comentarios e implicaciones. Por lo que a mí toca, la cita de Saint-Exupéry me interesa sobre todo por las razones que la hicieron inolvidable para millones de lectores.

Las dos frases están unidas por un sequitur virtual, que se supone pero que no se lee; es decir, no se ve. Su sentido más evidente es: “Solo se ve bien –es decir, sin error: las cosas tal como son– con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos”.

A partir de este punto podemos desarrollar un número considerable de implicaciones. “Con el corazón” es una metáfora manida que por supuesto no debe entenderse literalmente: hasta el menos avezado de los lectores sabe que el corazón no es un órgano pensado para la visión, tanto si es correcta como si no. La primera frase, pues, debe interpretarse como un alegato en favor de una vía de conocimiento –llamémosla así– sentimental. Algo así como “Si quieres llegar a la verdad guíate exclusivamente por tus sentimientos”, sugerencia que convierte la visión en corazonada y que, dicho sea de paso, puede resultar harto peligrosa pues entroniza el capricho, el prejuicio y la arbitrariedad, contra la sana prudencia de la razón.

También se la puede leer de otra manera, interpretando la palabra cœur como hace Jacques Derrida en su densa explicación de lo que es la poesía, cuando afirma que la poesía es o bien lo que sabemos de memoria (qu‘on apprend par cœur), o bien que lo propio y característico de la poesía es servir de voz para la memoria. Efectivamente, Derrida aprovecha que en francés cœur no solo quiere decir “corazón” sino además, precedido por la preposición par, “de memoria”. 

Un tercer modo de leer la primera frase en la cita consiste en asociar el acto de ver, la visión (que solo puede ser del mundo, de las cosas) con la memoria.

Por otra parte, la segunda frase en la cita de Saint-Exupéry introduce un tema inequívocamente platónico: la idea de que la esencia –esto es, aquello que hace que una cosa sea lo que es–, permanente incógnita para el conocimiento, tiene la extraña cualidad de que no se ve.

¡Escándalo: lo esencial, que podemos intuir o pensar, está allí pero no se ve! Es invisible solo para los ojos, aunque no para el corazón. Naturalmente, Saint-Exupéry no atribuye por boca de su personaje, el Petit Prince, un contenido propio o específico a tal esencia invisible, sino que simplemente da por hecho que está allí y que existe, aunque no podamos verla. Más aún, por su propia naturaleza y puesto que es esencial, es lo único que debe interesarnos y que merece la pena ver. Ni que decir tiene que la invisibilidad de lo esencial es un supuesto del ver y un imperativo para la visión. El consejo, pues, es: presta atención solo con el corazón y no a lo que se ve sino a lo que no se ve. Revélalo, muéstralo, si acaso con la ayuda de tus sentimientos. En esto, Saint-Exupéry se destaca de Platón y Sócrates que encontrarían muy reprobable tanta sensiblería. No obstante, la implicación platónica de la cita es clara. 

Solo el arte puede dar conocimiento del mundo a través de sensaciones y sentimientos. Por consiguiente el arte consistirá sobre todo en hacer visible lo que no se ve, y, de hecho, en este sentido su función será ontológica: dar presencia y realidad, un perfil, una identidad o una naturaleza a lo que no se ve, ya sea reconociéndolo como sustancia espiritual, como experiencia de lo sagrado, como trascendencia del fenómeno, como verdad (desocultación) “del ser de lo ente” (Heidegger), como goce estético, etc. De ahí que buena parte de las reflexiones estéticas giren en torno a este problema que surge cuando la presunción platónica se convierte en un supuesto de la manera que tenemos de ver, sobre todo en la mirada moderna.

He aquí por qué la cita de Saint-Exupéry se ha hecho tan famosa: dos frases muy simples encierran una proposición fundamental de enorme trascendencia metafísica, a saber: que en la experiencia hay algo (es decir, que es) que no obstante no se ve, lo que al mismo tiempo es revelador y profundamente inquietante.

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