SOBRE EL REALISMO (IV)

La relación con lo real ni es espontánea ni se establece exclusivamente por efecto de una intuición sensible o de un acto de percepción; y no solo porque esté archicomprobado que los sentidos nos engañan. La relación con lo real es del orden de la decisión y, en buena medida, cuestión de talantes. Hay individuos más imaginativos o más ocurrentes que otros, y no hace falta remitirse a la fábula de Cervantes para mostrarlo.

Hace poco di con este relato en un libro del antropólogo Gregory Bateson. Es una broma, pero como todas las bromas, está muy próxima al apólogo:

Una historia bastante conocida cuenta que un hombre sube al autobús con una gran jaula cubierta con un papel oscuro. El hombre va ebrio y su conducta además incomoda a los pasajeros porque insiste en que quiere poner la jaula a su lado en el asiento. Uno de ellos le pregunta: “Oiga usted, ¿qué lleva en esa jaula?” y él responde: “Una mangosta”. A continuación otro le pregunta que para qué quiere una mangosta y el hombre contesta que la necesita para defenderse de las serpientes que lo asaltan cuando, por efecto de la borrachera, cae en delirium tremens. “¡Eh, pero esas serpientes no son verdaderas..!”, exclaman los pasajeros en coro.
Y el borracho replica con un gesto triunfal: “Ah…, ¿pero saben una cosa? Esta tampoco es una mangosta verdadera.”
Gregory Bateson y Mary Catherine Bateson. El temor de los ángeles: Epistemología de lo sagrado. (Barcelona, 1988) p. 85.

El ejemplo muestra que entre la impresión y la sugestión no hay diferencias racionalmente relevantes puesto que, en última instancia, la conducta que inspira una u otra es la misma. Como bien observaba Nietzsche, siempre hay algo, lo que sea, que ha de ser tenido por verdadero. 

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