ESTAR ALLÍ

Es sabido que un ultraje o un oprobio son experiencias casi imborrables. Mejor dicho, que su memoria es imborrable. ¿Cuáles son las metáforas más comunes que se usan para designar una experiencia dolorosa cuando es imborrable? A ver…: ¿cicatriz? ¿herida abierta?

Es curioso, pero estas dos expresiones metafóricas se refieren a lo mismo y sin embargo dicen exactamente lo opuesto, lo cual indica que su referencia está establecida en la expresión, pero no así su sentido más profundo, de lo contrario la discriminación entre ellas sería redundante. El sentido está siempre aludido en cada una de ellas, pero parece como si estuviera alojado en una capa más profunda del discurso, allí donde las palabras que se usan para cada metáfora rara vez alcanzan. Cuando escribimos –y en algunas ocasiones, cuando hablamos– nos ponemos a jugar con este topos indeterminable, un juego de lenguaje que es exactamente lo contrario de lo que hace el oficio notarial. Es decir que escribir no consiste en amarrar las palabras a un estado de cosas sino que consiste en elevarlas, en ponerlas en flotación libre.

Tampoco se trata de escribir cualquier cosa sino de agarrar con cuidado la cánula y de soplar delicadamente para que se cree la pompa de jabón.

“Una mujer que nunca estuvo allí.”
(Y la otra, que no solamente no estuvo sino que además nunca quiso estar allí.)

¿Qué significa en esta frase “estar allí”? Parece que designara un sitio, pero como esa mujer declara que nunca estuvo allí: ¿a cuál sitio se refiere? El lugar donde se supone que uno está debe de ser instancia previa, como el espacio para Kant, que es una condición trascendental que está allí ontológicamente antes para que pueda darse una representación de su experiencia; pero como en este caso no sabemos en qué consiste estar allí, la condición trascendental se nos escapa y con ella se desvanece también la experiencia.

(En realidad, la que se escapa es la mujer.)

Si ella dice que “nunca estuvo allí”. ¿Dónde estaba? Yo, por ejemplo, ahora estoy aquí. ¿Estoy? Sí, por supuesto. “Estar allí” es contundente. También lo es “no estar allí” por esta razón se la usa como expresión identitaria de la clase de las proposiciones realizativas: estar allí es lo mismo que afirmar que estoy donde me realizo tal como soy, donde me hago real, donde soy en verdad. Equivale a un hacerse presente: así responde el recluta cuando el jefe pasa lista al pelotón. Cuando oye que se menciona su nombre –su identidad– no contesta “¡Estoy!” sino “¡Presente!” ¿Por qué? Porque está presente de forma indiscutible. Si respondiese “Estoy” todavía le faltaría aclarar dónde y cómo y sería pues un equívoco. Estar presente en cambio es incontrovertible.

En efecto, “Yo nunca estuve allí” es el reconocimiento de una no-presencia equívoca; y puede querer decir dos cosas en referencia a un sitio o lugar que, por lo mismo, puede que sea (im)posible. O puede querer decir que no había nadie allí; o bien que había otro en mi lugar: un doble, un impostor, un fantasma. O que no podía estar allí porque ese lugar no existe. Peor aún: también puede que fuera la confesión de una bellaquería: “yo simulaba estar allí”. Cierto: se puede simular ser algo que no se es, pasa todo el tiempo. Sin embargo, que sea una conducta tan vulgar no la hace menos reprobable. ¿Pero se puede simular que “se está allí”? “No ser” puede que se preste a confusión –“Mira, lo siento, te equivocaste conmigo”, etc.– en cambio cuando alguien afirma que “no estaba allí” afirma que no era absolutamente. Y, por paradójico que parezca, quien declara “Yo no estaba allí” siempre dice la verdad.

En suma, que no hubo tal experiencia. ¿Y entonces a qué viene la imborrable sensación de un ultraje?

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