JAMES CAMERON KILLED GEORGE FLOYD

La novela moderna identifica al individuo sobre el que recae la trama como el héroe y, por tanto, le hace valedor de una fuerza dramática que lo coloca en esta figura sin necesidad de proeza alguna o gestos épicos. Desde El Quijote, cualquiera puede ser un héroe.

Bien, nuestra sociedad es muy rápida, veloz, por muchas razones y no vamos a dedicarnos aquí a detallarla (no hay tiempo). Lo importante es que a esta velocidad se le suma la inexorable cualidad cínica (como digo, el análisis de la psicología de masas no cabe aquí, pero se podría describir matemáticamente C(inismo)=v·(cultura+contracultura), por ejemplo), algo así anunciaba Ray Bradbury en Farenheit 451 en las reflexiones sobre la publicidad en los viajes en tren.

El cinismo no anula nuestra necesidad de héroes, al contrario, la hace exponencial, es verdad que adhiere a esta figura toda suerte de propiedades e incluso llega a convertir la negación de aquellas en una solución válida, y así nace el antihéroe.

Que yo pueda reducir en tres párrafo cuatrocientos años de evolución literaria es buena muestra de la rapidez cínica con la que construimos nuestra cultura, la consumimos y la desechamos. El signo de nuestros días es este: un frenesí donde no es la cantidad ante la calidad, sino la renovación constante a base de exprimir histéricamente todo lo que pueda ser convertido en símbolo o alegoría (héroes incluidos).

Algo que ha influido en esta velocidad, y por tanto en la concepción cínica, es el videoclip musical. Si el modernista quería convertir la vida en obra de arte, el homo digitalis quiere convertir la suya en un clip de MTV. Ahí estaba primero Musical.ly y luego Tik Tok dispuestos a transformar el porno blando adolescente, YouTube y Wikipedia en un pequeño video con traperos ininteligibles de fondo. Y esto no es una crítica,  o no debe entenderse como tal, solo es mera descripción. Mirar fijamente a cámara haciendo playback o improvisando una coreografía o sobreimprimiendo datos con intención divulgativa es la moda del 2020, que no pasará a la historia por ser el año en que una sociedad aburrida se inscribió masivamente a esta tendencia de hacer breves grabaciones bastante narcisistas.

El videoclip como forma de promoción visual de una pieza musical influyó decisivamente en la gran industria de las imágenes, el cine, porque hizo a los espectadores más hábiles a la hora de interpretar imágenes. El poder narrativo de la música nos ayuda a comprender más fácilmente las composiciones fragmentadas de los videoclips y, aún más importante, a aceptar sin cuestionarlo el simbolismo de una escena por ser el apoyo artístico de la canción. Thriller inició este recorrido fructífero de música como cortometraje y en Asesinos por naturaleza (1994) de Oliver Stone daría el salto definitivo al cine. Sin embargo, no es de esta película de la que nos ocuparemos…

A mediados de los noventa el cine empezará a estar impregnado de la forma compositiva de los videoclips musicales (y para mí, la solución de adaptar ciertas reglas estilísticas del plano y no tanto del montaje que vemos en Heat de Michael Mann es la forma acertada de resolverlo, pero esto es harina de otro costal) y Windows 3.1 mostraba en MS-DOS la revolución que iba a suponer su siguiente fase, el célebre Windows 95 (porque la piedra angular de nuestro cinismo y de nuestra velocidad es lo digital). El mundo no estaba saturado solamente de imágenes con sonido, lo denominado bajo lo virtual comenzaba a considerarse una herramienta más que posible. En ese contexto, James Cameron inaugura con Terminator 2 la aparición de un  personaje digital con el que los actores interactúan y que el espectador ve insertado con total verosimilitud: T-1000 en su versión cromada refleja a las personas y su entorno, no está dibujado solamente, sino que su entidad afecta a la luz como un actor o un objeto. Es más que los dibujos de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, porque T-1000 pretende ser verosímil incluso cuando atenta contra las leyes de la física tal y como la conocemos.

Sin embargo, James Cameron es un cineasta bipolar que jamás se moverá de las reglas que establece el cine romántico, como lo llaman los críticos (un concepto que refiere más al sentido de los preceptos estéticos que estableció la época dorada de Hollywood en los cincuenta, que en lo que a tramas amorosas se refiere). Si observamos toda su obra en conjunto, veremos que en la filmografía de James Cameron hay una tensión entre lo nuevo y las reglas clásicas, que la que fuera su mujer hace saltar por los aires en un guion que él mismo le escribió para su Días extraños. Y ahora sí, de esta película es de la que trataremos.

Días extraños se estrena en 1995 dirigida por Kathryn Bigelow y escrita y producida por James Cameron con la distribución de Twentieth Century Fox. En la víspera y la celebración del nuevo milenio Lenny Nero (Ralph Fiennes) debe resolver el asesinato de Iris, con ayuda de Mace, un personaje adaptado para mayor gloria de Angela Bassett. La trama mezcla realidad virtual, intriga policíaca, adicción, nihilismo cínico de una sociedad absorta por el grunge, crítica social y por supuesto, un doble triángulo amoroso. En muchos sentidos, es la versión amateur de Avatar. Si pudiéramos entrar en la mente de Cameron, apostaría por que su verdadera idea era profundizar aún más en los delirios de un mundo virtual perfecto, pero la necesidad de satisfacer a Fox con un thriller a lo Blade Runner le obligó a incorporar la trama de cine negro. Las similitudes con Avatar (que empezó a escribir en 1994) son tantas que la película de Bigelow tiene una secuencia especialmente emparentada con el éxito de 2009. En Días extraños el protagonista regala a un amigo con piernas amputadas la experiencia de poder correr por la playa con el aparato de recreación de vivencias (una especie de realidad virtual hipersensorial que se conecta directamente al córtex) llamado Squid Net, un registrador de resonancia cortical, tal  como dice literalmente la acotación del guion.

La película carece de toda épica y falla por muchas razones, una de ellas es intentar -como este artículo- abarcar demasiados temas de manera muy rápida,  porque eso sí está claro: la rapidez con la que se dirige y se monta esta película hace pensar que Bigelow tiene muy presentes los videoclips musicales; además de estar saturada de música diegética y extradiegética de rap y grunge, está abruptamente montada, los planos son cortos y en los movimientos físicos de la cámara abundan las oscilaciones sin estabilizadores, como si el operador la llevara al hombro.

Lo cierto es que el único elemento épico de la película, que se arrastra como un ruido de fondo inexplicado hasta bien entrada la segunda mitad, es la muerte de un cantante afroamericano, Jeriko One, perteneciente a un famoso grupo de rap. El presentador de noticias agrega “Jeriko One’s outspoken political stance and violent lyrics have stirred nationwide controversy…”; obviamente, esta circunstancia se introduce en la película a raíz de los altercados de 1991 con Rodney King y la policía de Los Ángeles, que apaleó al taxista brutalmente mientras que el matrimonio Holliday lo grababa con su cámara Sony. Estas imágenes dieron la vuelta al mundo y sirvieron para desatar una fuerte ola de altercados en EEUU pro-derechos civiles y a favor de las minorías…  

En la película, Iris graba la muerte de Jeriko One a manos de dos policías; Marce el personaje de Angela Bassett discute con el verdadero antagonista encubierto de la película y alega: “So you’re saying we just pretend it didn’t happen? It happened! The LAPD executed one of the most important black men in America! Who the fuck are you to bury this?!”. En Días extraños hay una voluntad aún modernista, el arte mejora la vida, porque aquí no hay una paliza (grave sí, pero no mortal), se ve claramente una ejecución de un afroamericano a manos de un policía. Para Cameron la grabación de este episodio es la cura de todos los males: cada uno quedará retratado y la catarsis que provocará será definitiva. El mismo personaje de Bassett, cuando ve flaquear al antihéroe interpretado por Ralph Fiennes le arenga:  “Look. That tape is a lightning bolt from God. It’s worth more than you, more than me, more than Faith. You understand? It can change things. Things that need changing before we all go off the end of the road.”

Obviamente, un fiel seguidor del cine romántico escribiendo este guion hace que el protagonista entregue la cinta, prueba de asesinato, que  todo salga a la luz y se imparta justicia recíproca (al buen entendedor acabo de destriparle el final del film). Pero esto sólo sucede en las películas… A nadie le importó que 21 años después, Rodney King muriera borracho y drogado en una piscina; y los escándalos de brutalidad policial contra las minorías raciales en EEUU se siguen filmando(facilitado por la era de los smartphones en la que todos somos periodistas y espectadores). La realidad ha demostrado que la premisa de James Cameron/Marce es falsa. Georges Floyd, un afroamericano de 1,93 m y 100 kg es sospechosamente reducido por un policía en Mineápolis en mayo de 2020… y las calles de EEUU volvieron a arder y Floyd es elevado a símbolo pop, a héroe anónimo, al lugar común donde la sociedad contemporánea coloca a esas figuras que necesita consumir. Hoy, cuando escribo estas líneas, 25 de agosto de 2020 otro video aficionado, iPhone en mano, registra cómo un policía en Milwaukee (Wisconsin) descarga no uno, sino siete balas sobre la espalda de Jacob Blake mientras este intentaba subir a su todoterreno donde estaban sus tres hijos, al parecer sigue vivo casi milagrosamente. James Cameron vuelve a fallar, quizás porque él ya había matado a Ronald King, Georges Floyd y Jacob Blake, mientras los demás nos volvíamos cínicos espectadores.

Y es ese cinismo del que hablábamos al principio y la necesidad voraz de consumir videoclips los que harán que el próximo George Floyd sea también fagocitado por el vértigo de nuestros días (más protestas se alzarán en el mismo país que tuvo una guerra civil que abolía la esclavitud en 1863). Ahí está el verdadero error de Días extraños, cuando Faith la exnovia del protagonista (no olvidemos que hay un doble triángulo amoroso) defiende el cine ante los Squid de realidad virtual aumentada:  “You know one of the ways movies still have Squid beat? Because they always say «The End.» You always know when it’s over. It’s over!”.

No, el homo digitalis no quiere ver ese “The End”; el homo digitalis quiere vivir en un muro de Tik Tok, Instagram, o como se llame la siguiente aplicación que haga furor y las delicias de una generación (seguramente más veloz), donde los videos parecen no acabarse nunca y donde lo virtual compromete más que la realidad, pero sobre todo, donde nadie dice “It’s over!”. Ahí está la clave, la ficción se acaba, empieza y termina, lo virtual es infinito.

Esta lección la aprendió James Cameron en los catorce años siguientes, por eso los personajes de su revisión mejorada de Squid Net, Avatar, no dudan en transferir su conciencia de los cuerpos humanos a sus Na’vi virtuales. Cameron, como todos los que no hemos nacido con lo digital, ha aprendido a ser cínico y toda la tensión social de Días extraños desaparece en Avatar o se vuelve más alegórica. Lo cierto es que si Lenny Nero es presentado como un antihéroe acabado, que vive como un adicto enganchado a las experiencias del registrador de resonancia cortical, que ha de debatirse entre la vida y su enfermedad melancólica; Jake Sully vive una transformación ascendente en la que cada vez más se engancha la realidad virtual que vive a través de su avatar Na’vi hasta despojarse por completo de su cuerpo. Así nos ve Cameron, como si todos quisiéramos estar (o estamos) del otro lado del espejo…