LECCIONES DE AMOR (I)

Si hay algo cambiante y caprichoso en la vida de las personas son los sentimientos. Y aunque a menudo intentemos justificarlos, reduciéndolos a una explicación consistente para exorcizarlos o redimirlos cuando nos resultan muy dolorosos, la verdad es que para el enamorado no existe ninguna razón de su amor: simplemente ama. Uno reconoce que esto es así porque cuando está enamorado no tiene alternativa: sólo le cabe cultivar su amor, y todo lo que hace, incluso a su pesar, lo sumerge irremisiblemente en él. En el infortunio amoroso, por ejemplo, el enamorado no consigue abandonar el objeto de su sufrimiento porque siente que hacerlo es traicionarlo (con independencia de si éste le ha traicionado antes). Y puesto que para el enamorado no hay nada más triste que traicionar el amor que siente por el otro, defraudarlo, cualquier cosa es admisible con tal de no oírse decir «Ya no te amo» . Sólo el enamorado puede saber el dolor que encierra esta frasecilla, y sólo él sabe que es mayor aún que el que le produce oir que ya no es amado. No hay distancia posible, no hay afuera del amor: el máximo ejercicio de distancia que cabe es la descripción, jamás la explicación.

Por eso los Fragmentos del discurso amoroso de Roland Barthes son tan elocuentes, pues no habla otro que el enamorado y en consecuencia no explica ni justifica su amor: tan sólo lo describe en toda la riqueza de sus matices, de sus múltiples vaivenes que, a pesar de la variedad, repiten incansablemente una sola cosa: te amo. Sólo los enamorados gozan con la lectura de ese libro. Para quien no ama es redundante, empalagoso, absurdo, banal, insignificante. Para quien ama, en cambio, esa insignificancia es precisamente la evidencia de que lo que le ocurre es simplemente real, aunque sea insondable… o porque lo es.

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