FELICIDAD

Una conocida (?) ocurrencia zen nos propone una definición de la felicidad que, a primera vista, parece sugestiva.

(De hecho, no falta alguno al que se le iluminan los ojos cuando la pronuncia).

La fórmula dice que sólo alcanza la felicidad quien es capaz de desear lo que ya tiene. Como suele ocurrir con todas las paradojas, una cosa es lo que te suscitan en primera instancia y otra muy distinta lo que en verdad te enseñan, que casi siempre es nada. Porque, ¿cómo puede uno desear lo que ya posee si el deseo es deseo de lo que falta? Sólo se me ocurren dos maneras: o bien hay que dejar de desear (la ataraxia de los estoicos), o bien hay que aprender a contentarse con lo que a uno le ha tocado en suerte. Lo primero es incompatible con el reconocimiento de uno mismo y con la condición moderna, lo segundo se parece a hacer de la necesidad, virtud; y en ambos casos, parecería que la fórmula sugiere que se ha de buscar algún tipo de gratificación en la infelicidad individual. O sea, que hay que joderse.

Pero eso es la resignación cristiana.

(Vaya fiasco)

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