ACERCA DE LA ANGUSTIA

La angustia y el miedo son sentimientos muy próximos; tanto, que a veces se cruzan o se sobreponen o se alternan de tal modo que se los llama de la misma manera. En alemán, por ejemplo, la palabra Angst denota una u otro indistintamente y, de hecho, la angustia se presenta en la experiencia corriente como un miedo de causa desconocida.

Pensemos entonces en un miedo de causa desconocida. Cuando experimentamos miedo sabemos qué lo produce, en cambio en la angustia eso que la produce permanece oculto, desplazado y siempre en ciernes. Esta es la razón por la que la psicología suele representarse la angustia como brotando de un fondo inconsciente. Kierkegaard se fijó atentamente en la angustia como estado del alma y, como era habitual en él, la examinó en principio en la experiencia adánica. La afición de Kierkegaard por recabar sus exempla de las Escrituras seguramente se debe a la influencia de la teología y a la costumbre de redactar sermones, pero también a la necesidad de encontrar un contexto (imaginariamente) impoluto para meditar sobre los conceptos. Voy a intentar leer con cuidado sus sorprendentes observaciones acerca de la angustia, tomadas de El concepto de la angustia. (Madrid: Espasa-Calpe, 1979), pp. 59-64. No tengo más remedio que dar por buena la traducción puesto que carezco de los conocimientos para cotejarla.

El hombre kierkegaardiano tiene, como ocurre en toda la tradición cristiana, dos naturalezas: la Gracia y la Caída; y entre ellas media su pecado original. En los dos estados está presente el espíritu, solo que en el primero de ellos el espíritu sueña, mientras que en el segundo el espíritu vive asolado por la certeza y la realidad de su propia muerte. Para abordar la angustia Kierkegaard se remonta a Adán y equipara la Gracia adánica con una especie de inocencia que define como ignorancia de su propia naturaleza espiritual y del conocimiento de la diferencia entre el bien y el mal.

Ahora bien, puesto que es ignorancia, la inocencia despierta en Adán angustia. ¿De qué? De nada, una nada que acusa pero que no alcanza el peso y la contundencia de la culpa pues Adán todavía no ha hecho nada, de tal modo que eso que lo angustia es una mera posibilidad de hacer. Así pues, Kierkegaard define la angustia como “la realidad de la libertad como posibilidad antes de la posibilidad” (op. cit. 59 passim, el subrayado es mío). Adán se siente libre antes de que pueda representarse así, antes de que sea posible serlo. La libertad está, pues, originaria y estrechamente ligada a la experiencia de la angustia e inspira sentimientos paradójicos (“antipatía simpatética y simpatía antipatética”) que la convierten en una sensación sumamente ambigua.

La angustia está en Adán antes de su pecado y se da de la misma manera como se la reconoce en los niños que –por definición– son inocentes. Los niños se angustian a menudo pero también gozan con su angustia, como si no quisieran desprenderse de la “dulce opresión” que esta ejerce sobre ellos. Lo mismo hace el melancólico con su angustia cuando se complica con y se deja ganar por los ensueños de su duelo interminable.

(¿No será acaso la melancolía una regresión a la infancia?)

Angustiarse, afirma Kierkegaard, es angustiarse de nada pero sin saber en qué consiste esa nada, puesto que el espíritu es inocente, es decir, no es responsable de su propia ignorancia. Cito:

¿Qué relación guarda el espíritu consigo mismo y con su condición? El espíritu tiene angustia de sí mismo. El espíritu no puede librarse de sí mismo; tampoco puede comprenderse a sí mismo, mientras se tiene a sí mismo fuera de sí mismo; y tampoco puede el hombre hundirse en lo vegetativo, puesto que está determinado como espíritu; de la angustia no puede huir, porque la ama; y amarla no puede propiamente, porque huye de ella (Kierkegaard, Angustia, 62).

Digamos que la primera experiencia del hombre como ser dotado de un espíritu del que no puede desprenderse es angustiosa. Kierkegaard debate la letra del texto bíblico: así pues, cuando Dios le advierte a Adán “no puedes comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, ¿cómo puede reprocharse a Adán que no entendiera este mandato si para saber la diferencia entre el bien y el mal era preciso comer la fruta del árbol? La tradición bíblica admite como explicación de este episodio la tesis de que la prohibición despertó el deseo de Adán como deseo de la libertad; pero, de nuevo, Kierkegaard advierte que para experimentar el deseo de usar la libertad es preciso conocerla. Se trataría, pues, de un πρότερον ὕστερον. No es deseo lo que suscita el mandato divino sino angustia. En su inocencia, Adán ama esa angustia y al mismo tiempo huye de ella. Sin embargo, tras la prohibición, las cosas ya no serán lo mismo pues no se puede amar lo que ha sido prohibido y tampoco se puede huir de la propia culpa. Y antes, Dios había introducido en su criatura aquello que esta ignoraba: la posibilidad angustiosa de poder. Incluso la amenaza de la sanción –morirás– tiene que resultar incomprensible para Adán que, de este modo dramático, alcanza el grado máximo de inocencia –o sea, de ignorancia– y el clímax de la angustia de que es capaz un ser dotado de espíritu: la posibilidad de un poder que hace plausible otra posibilidad inexplicable, la de su propia muerte.

Ahora bien, si Kierkegaard está en lo cierto, la angustia tiene que ser un sentimiento muy antiguo, casi primordial, puesto que repite lo que tuvo lugar cuando no se había cometido pecado alguno, ni real ni imaginario; y, por otro lado, es un sentimiento sobrevenido no después, sino antes de la culpa, cuando Adán estaba en un estado de Gracia, en la más pura inocencia. Al inocente (ignorante) no puede imputársele culpa alguna. La distinción entre el bien y el mal, aclara al final, “está sedimentada en el lenguaje, pero solo existe para la libertad” (op cit., p. 63). En efecto, sin libertad ninguna ética es posible; en esto Kierkegaard se comporta como un pensador radicalmente irreligioso.

¿De qué naturaleza es la angustia en el estado de Caída? Lo más probable es que no sea culpa sino miedo a la muerte, puesto que tiene la cualidad de un posible que contraría nuestra libertad y del que nada sabemos. Es la muerte misma pues, que es inexplicable.

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