EL EFECTO PEREC

En algún lugar leí una vez acerca de un llamado “efecto Boltanski”, seguramente en alusión a las instalaciones de Christian Boltanski y a lo que tienen de evocativas (y también de siniestras): abigarradas acumulaciones de rostros muertos, ropas usadas, fragmentos, series de gestos, etc. Creo recordar que el tal “efecto” servía para representar cómo, en nuestras sociedades en nuestra sociedades colmadas de objetos en su gran mayoría inútiles, los desechos que producimos sin parar y por todas partes.

Podemos llamar “Boltanski” al efecto evocador que nos producen todas las acumulaciones de cosas pero sería justo recordar que fue Georges Perec quien, en parte como juego de sus propias ensoñaciones, descubrió que los repertorios de frases o de recuerdos o de experiencias generaban un escenario propio y distinto. Yo me ocupé de uno de esos ejercicios, mitad memoria, mitad protocolo de observación (“Paseos por la rue de Asomption”) en un libro mío (La lección de Sheherezade, Barcelona: Anagrama, 1987) para mostrar que la serialización de imágenes anotadas, bajo el efecto de la inteligencia narrativa en que hemos sido formados, necesariamente produce una especie de relato.

Supongamos una simple enumeración de lugares:

La explanada de Saint-Germain-en-Laye
El espigón de Pacheco en La Lucila
La playa de Joao Fernandes
La calle de Sant Elm al salir de la cuevita cuando despunta la mañana
El borde de la fortaleza de Macchu Picchu sobre el río Urubamba
El final de la calle Madero
El Serapeum en la Villa Adriana
La plaza de San Marco en la noche de Año Nuevo
La punta del Finisterre cuando entra en el mar
La cubierta del Andrea C
El parque de Montsouris después de la nevada

La serie de lugares conforma en forma de relato algunas coordenadas de mi propia felicidad, pero mi relato no es el del lector, que construirá otro, según cómo se organice en su consciencia, bajo el efecto Perec, la acumulación de las referencias; alguna, quizás, conocida.

La mayor parte de nuestras circunstancias está integrada en alguna serie acumulativa que se forma por asociación y lo característico de esa serie es que no se puede comunicar, es intransferible, como lo es el delicado rastro de felicidad que une a estos lugares en mi memoria, que para mí traza un sendero y no obstante, para los demás, no se entiende de dónde viene y no conduce a ninguna parte.

Es totalmente aleatorio que podamos relacionarnos con otros, que podamos amarlos o rechazarlos si, por lo que parece, nuestros senderos no se ven y solo en alguna ocasión se cruzan con los senderos de otros y, a veces, apenas por un momento. Más que aleatorio, es prodigioso.

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