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MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS

Presentació de "Los Enigmas de la Casa del Placer", de Sor Juana Inés de la Cruz

El 20 de diciembre de 2018, en la Llibreria Pròleg de Barcelona, Elina Norandi y María-Milagros Rivera Garretas presentaron el libro de Sor Juana Inés de la Cruz, Enigmas de La Casa del Placer, al cuidado de María-Milagros Rivera Garretas (Sabina editorial, 2018). Publicamos el texto de esta última; Elina Norandi ha querido que el suyo, como hacían las Preciosas, fuera solo oral.

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Saber si es amor lo que tú sientes: los Enigmas de La Casa del Placer de Sor Juana Inés de la Cruz (3)

Este es el libro más irreverente, erótico y divertido de Sor Juana Inés de la Cruz. Es también el último que escribió y probablemente el peor entendido por la crítica literaria llamada sorjuanista, que suele saber mucho más de ideología patriarcal que de escritura femenina. Se lo debemos al deseo de Ana Mañeru Méndez, que quería tener a Sor Juana Inés de la Cruz en el catálogo de Sabina editorial, y a la pasión y el saber hacer de Carmen Oliart, fundadora de la Colección Mínima de Sabina editorial.

Se ha entendido mal esta obra porque no se deja reducir a la economía de la miseria femenina. No se deja reducir a la ridícula pregunta que dice, desde hace tiempo: “¿Pero cómo pudo una mujer hacer eso en esa época?” Y la respuesta es siempre la misma: “No pudo”. Para sostener esta respuesta, absurda porque, hacerlo, ella lo hizo, se recurre incluso a prácticas poco respetables. Por ejemplo, la fecha de nacimiento de Juana Inés de la Cruz, cuyo nombre de pila fue Juana Ramírez de Asbaje, ha sido cambiada porque un historiador norteamericano encontró en un archivo parroquial de la zona de Neplantla o Neplanta en México una nota bautismal que decía que una tal Inés había sido reconocida hija de la Iglesia ante unos testigos apellidados Ramírez. Esto ha servido para declarar ilegítima a Juana Inés y elucubrar sobre su patriarcal desgracia, a pesar de la imposibilidad de asegurar la legitimidad del propio historiador. Ocurre, sin embargo, que Juana Ramírez de Asbaje no se llamó Inés hasta que profesó como carmelita descalza (1667) en Santa Teresa la Antigua de Ciudad de México a los 15/16 años. Fue entonces cuando tomó como nombre de monja el de sor Juana Inés de la Cruz, inspirada por la fundadora de este convento y escritora Inés de la Cruz, lo que prueba que esa partida de nacimiento a nombre de Inés no era suya. ¿Cómo puede hacer esto un hombre en nuestra época y ser coreado por tantos otros, sin ningún sentido crítico? Cada cuál dirá. Otro ejemplo es el de la famosa firma de sor Juana Inés de la Cruz hecha con su propia sangre en 1694. El documento dice “Yo la peor del Mundo”, pero Octavio Paz, que no deja de ser un maltratador de su mujer la gran escritora Elena Garro y de su hija, como por fin se puede decir en México, lo convirtió en la miseria que él era capaz de entender: “Yo la peor de todas”. Es la diferencia entre medirse una mujer con Dios o con el universo mundo y medirse con el hombre.

Pero volvamos al libro que presentamos. Fue escrito en un contexto relacional muy interesante. En la segunda mitad del siglo XVII, y quizás desde antes, había en Lisboa una comunidad de mujeres de “discreta inteligencia”, como ellas mismas escribieron, llamada la soberana Asamblea de La Casa del Placer. La formaban al menos ocho conventos femeninos de distintas órdenes religiosas de la ciudad de Lisboa y alrededores (Vialonga, Odivelas), en los que vivían monjas poetas o amantes y lectoras de poesía. Esto no es una anomalía, porque el monacato como forma de vida había sido inventado a finales del siglo IV por una mujer cultísima y libre, de lengua griega y sabiduría helenística, llamada Macrina la Joven, en una casa de su madre en la ciudad de Annesis, en la provincia romana del Ponto, actual Turquía, en una situación crítica de la política sexual, cuando murió su prometido y ella decidió no casarse sino dedicarse a la vida de su espíritu entre mujeres y hombres que querían hacer lo mismo que ella.

Muy cerca o dentro de la soberana Asamblea de La Casa del Placer, en el ahora barrio de Belém en Lisboa, había una noble cultísima, pintora y dueña de una biblioteca inmensa, la duquesa de Aveiro María de Guadalupe de Lancaster y Cárdenas Manrique, que se había divorciado de su marido, el conde de Arcos, cuando este se opuso a que ella pleiteara por sus derechos al ducado de Aveiro. La Duquesa de Aveiro tenía palacio en Aveiro, en Lisboa y en Madrid, viviendo entre estas ciudades. Muy cerca de ella y de la soberana Asamblea de La Casa del Placer estaba su prima María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes de Nava.

La Condesa de Paredes fue virreina de México entre 1680 y 1686, siendo este virreinato del imperio español una instancia de poder político transmitida entre las mujeres de ciertas familias de la aristocracia, como ha mostrado Daniela Pastor en su tesis de maestría presentada en la Universidad Nacional Autónoma de México. El 30 de noviembre de 1680, en la ceremonia de toma de posesión del virreinato, la Condesa de Paredes conoció a Sor Juana Inés de la Cruz y se enamoró de ella. En esa ocasión, Sor Juana Inés fue la encargada de la ceremonia de toma de posesión de los cargos de virreina y virrey ante la puerta oriental de la catedral de la Ciudad de México, frente al palacio virreinal, ceremonia que consistió en la creación de un arco de triunfo y la representación de su obra Neptuno alegórico y Explicación del arco triunfal a la entrada del Virrey Paredes.

La relación entre la Condesa de Paredes y sor Juana Inés de la Cruz duró casi quince años, hasta que Juana Inés murió en 1695, a los 43 años. Fue una relación primero en presencia, después en ausencia. Como le escribió sor Juana Inés en Inundación castálida:

“Ser muger, ni estar ausente
no es de amarte impedimento;
pues sabes tú, que las almas
distancia ignoran, y sexo.” (Inundación castálida, p. 190)

Fue un encuentro que transformó la vida y la escritura de Sor Juana Inés de la Cruz, haciéndola todavía más grande. Ya era una poeta admirada y famosa en 1680, pero prácticamente toda su poesía lírica la escribió después de este encuentro. La obra Inundación castálida está dedicada a la Condesa de Paredes y, mucha de ella, al amor que ambas vivieron.

Es algo que no ha de extrañar, porque en el cristianismo había conventos femeninos en los que se cumplía la llamada observancia de la vida en común, durísima de soportar, y otros en los que no se cumplía. En el convento de Santa Paula de las Jerónimas de la Ciudad de México, donde pasó gran parte de su vida sor Juana Inés, que no tenía ni vocación religiosa ni aptitud para el matrimonio, las monjas vivían en apartamentos individuales, de dos plantas, con su propia cocina y baño de piedra en la planta inferior, y el dormitorio y la sala en la superior. Además, el cristianismo tenía desde al menos el siglo XII una cultura de la amistad cristiana, nunca condenada por la Iglesia, en la que el amor carnal y el espiritual eran inseparables. San Elredo de Rievaulx fue el que mejor escribió de esto.

Cuando la Condesa de Paredes dejó de ser virreina de México y regresó a Madrid, se ocupó de la publicación en España de las Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz. El primer tomo salió en 1689. Tuvo éxito enseguida, también entre las monjas de la soberana Asamblea de La Casa del Placer de Lisboa. En Portugal se conocía bien la lengua y la cultura española porque habían formado parte del mismo Estado entre 1580 y 1640. Las de la Asamblea de La Casa del Placer, entusiasmadas, pidieron a la Condesa de Paredes, probablemente a través de la Duquesa de Aveiro, que transmitiera a Sor Juana Inés de la Cruz su felicitación y su ruego de que escribiera algo para ellas. Juana Inés les escribió los Enigmas de La Casa del Placer.

Esta obra no está entre las Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz. Es demasiado irreverente y libre para la prensa, como la poesía de Emily Dickinson o la pintura de Hilma af Klint. La Asamblea de La Casa del Placer hizo una edición privada de los Enigmas a principios de 1695, en el “Impresor de la Majestuosa Veneración, a costa de un lícito entretenimiento”. Es la que se edita en el libro que presentamos hoy.

La economía de la miseria femenina está completamente ausente de esta obra. Es un libro que se ríe de todo narcisismo masculino, en su contenido y en su forma. Dos de las monjas portuguesas hicieron en prosa las Censuras del contenido del libro, autorizando su publicación como si fueran jueces eclesiásticos, y otras tres redactaron en verso las Licencias de impresión, una por lo que toca a la fe, otra por lo que pertenece a las buenas costumbres, y otra por lo que compete a la jurisdicción real. Otras tres escribieron poemas en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana Inés había escrito la Dedicatoria y el Prólogo, en diálogo con la Condesa de Paredes, que le contestó con un Romance amoroso, y había escrito también el pretexto y núcleo del libro entero, que son los veinte Enigmas, en redondillas. Añadió al final un misterioso Índice de los sacrificios, con las claves para descifrar las oscuridades de los veinte Enigmas. Los sacrificios son los poemas ofrecidos en las aras o altares de la Poesía a las oráculas de La Casa del Placer, que seguramente se sabían de memoria la Inundación castálida, donde probablemente estaban las claves, que ellas entendían.

Los Enigmas de La Casa del Placer forman parte de la Querella de las Mujeres, el gran movimiento político de creación de opinión sobre el valor de las mujeres y de lo femenino libre que atravesó las cortes de Europa y América desde finales del siglo XIII hasta, según unas, la Revolución francesa y, según otras, la actualidad. Dice, por ejemplo, en el libro sor Francisca Xavier, dirigiéndose a Sor Juana Inés:

Hermosa, y nueva Musa
a cuyo resplandor
se ilustran ambas zonas
sin llorar la ausencia de otro sol.

Pero sobre todo, los Enigmas son un relato relativamente enigmático del amor entre Sor Juana Inés de la Cruz y la Condesa de Paredes: de sus sentires, sus incidencias, sus misterios, su dulzura y amargura, sus celos, sus obstáculos, su felicidad. Los veinte enigmas son veinte modos de Amor, veinte modos de Amor expresados cada uno de ellos mediante un enigma del sentir. A las lectoras de la soberana Asamblea de La Casa del Placer, como a las lectoras y lectores de hoy, les interesaba saber cómo se habían amado y se amaban sor Juana Inés de la Cruz y la Condesa de Paredes, para así poder discernir, poder saber, si lo que cada una de ellas sentía, cuando lo sentía, era amor, amor en alguna de sus expresiones tal y como estas habían sido experimentadas por mujeres a las que ellas consideraban grandes, a las que reconocían autoridad. Al modo de un cotilleo entre diosas. Las mujeres conocemos la potencia significante de la experiencia vivida y relatada por otra. Sabemos que te pone en movimiento, que es política. Por eso somos grandes cantantes y grandes lectoras y, a veces, escritoras, sobre todo de poesía.

Los Enigmas de La Casa del Placer son para una mujer facilísimos de leer y de disfrutar porque son enigmas del amor y del sentir, no de la razón como las típicas adivinanzas masculinas, muy cultivadas por eruditos aburridos en el siglo XVII. Pero son dificilísimos de descifrar, precisamente porque son enigmas, y el enigma de cada uno de ellos se esconde en el laberinto de experiencias y saberes del amor y del sentir en que somos maestras las mujeres.

Como ejemplo, el Enigma número 16 de Sor Juana Inés de la Cruz, que dice:

¿Quál es aquel arrebol
de jurisdicción tan bella
que inclinando como Estrella
desalumbra como Sol?

¿A qué se refiere? Pienso que al momento mágico en el que una enamorada vislumbra por fin en el rubor de la otra que su amor es correspondido. Esta es la jurisdicción del arrebol: el decir que sí al amor, sin intervención de la voluntad. Y ese es el enigma: que el arrebol (el sonrojo, el rubor) tenga jurisdicción, jurisdicción del sentir que carece de ley y comunica sin pronunciar palabra. La belleza que la experiencia del arrebol trae al rostro de una mujer inclina y se inclina al amor, como si bajara al mundo, oblicua, desde el cielo, una Estrella, que deslumbra a la primera que amaba como si la Estrella fuera un Sol, y la ciega. “Inclinación” es una palabra de las Preciosas, contemporáneas de sor Juana Inés de la Cruz, para referirse al sentir amoroso y su potencia, por ejemplo en La Princesa de Clèves de Madame de La Fayette, novela (la primera novela psicológica, la llaman) publicada en 1678, pocos años antes que los Enigmas de La Casa del Placer.

Pongo otro ejemplo: el Enigma número 19, que dice:

¿Quál es aquella Deidad
que con medrosa quietud
no conserva la virtud
sin favor de la maldad?

La Deidad puede ser la Condesa de Paredes, o cualquier otra amada que finalmente, con “medrosa quietud” accede a la relación sexual con su amada, sin que esto implique hacer algo malo, “sin favor de la maldad”, como dice el Enigma. Ella no conserva la virtud ni tampoco la pierde: aquí está el enigma, el enigma de la sexualidad femenina libre, que es independiente de y ajena a los dictados de la heterosexualidad procreadora. La Condesa de Paredes estaba casada con Tomás de La Cerda, marqués de La Laguna Vieja, y Sor Juana Inés le escribía puntualmente un poema de felicitación cada vez que su mujer daba a luz. Hildegarda de Bingen, por ejemplo, amaba la castidad de Ricarda von Stade, según ella misma escribe con enorme intensidad en la parte autobiográfica de su Vita; o sea, amaba su indiferencia a la heterosexualidad. El orgasmo femenino está más allá de la ley, más allá del bien y del mal entendidos como antinomia del pensamiento. El sentido original de “virtus” en latín, de donde viene “virtud”, es “verdor” y “valor”. ¿Recordáis la copla “A un paño fino en la tienda / una mancha le cayó./ Por menos-precio se vende/ porque perdió su valor?” Pues no, precisamente no. En el siglo XX, el más violento de nuestra historia, Occidente perdió mucho orden simbólico de la madre.

Uno de los Enigmas más difíciles para mí es el número 11, que dice:

¿Quáles serán los despojos
que el sentir algún despecho,
siendo tormenta en el pecho,
es desahogo en los ojos?

Vienen enseguida a la cabeza las lágrimas, que ciertamente están, pero las lágrimas no son un enigma, aunque sí pueda serlo su causa. ¿Quién no conoce el llanto injustificado ante un despecho de quien, en realidad, no te ama y tú lo sabes pero no lo puedes reconocer, y te ves o conviertes en un despojo de enigmático tamaño? Tres de las cuatro copias manuscritas que conocemos de los Enigmas de La Casa del Placer han cambiado “el sentir” por “al sentir”, porque el enigma es difícil. Diría que el enigma está en saber precisamente cuáles serán los despojos, su alcance, cuán tremenda está siendo la propia degradación, por la que lloras.

¡Que disfrutéis del libro, que es una lectura muy entretenida y que no se acaba nunca, porque, además, los Enigmas de La Casa del Placer te traen una respuesta distinta según cómo estés tú!

Muchas gracias.

María-Milagros Rivera Garretas

Universidad de Barcelona
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