A veces, al leer, ocurre que el texto se nos revela de pronto como lo que es, una pura sucesión de palabras, un simple efecto, una urdimbre inventada: se interrumpe la llamada “suspensión de la incredulidad”. Imposible recobrarla: ningún esfuerzo nos permite volver a sumergirnos en la ficción sin sentirnos absurdos. La situación recuerda al despertar en medio de un sueño maravilloso: por más que intentemos dormir de nuevo para reanudarlo y prolongar el placer que nos daba, resulta imposible… Y asimismo sucede cuando descubrimos que la persona a la que queremos ha dejado de correspondernos: de pronto todos sus gestos parecen, lamentablemente, pantomimas. Y eso que, como en esos despertares desdichados, nos empeñamos en seguir soñando.