NEUROCIENCIA

El 12 de noviembre de 2012 publiqué un Nubarrón relativamente largo titulado “A propósito de un sueño” donde –en pocas palabras– intuía que el sueño no es parte del discurso de lo inconsciente ni es prueba de que haya algo así como una “experiencia inconsciente” sino que es un procedimiento (o mecanismo, o secuencia de órdenes que establecen relaciones) que la mente lleva a cabo para organizar de forma consistente fragmentos de la experiencia diurna que la memoria no ha conseguido componer y que, por consiguiente, se han quedado sin archivar. Así pues, concluía que los sueños –mejor dicho, sus relatos– carecen de un sentido propio más o menos trascendente y que no tiene mucho sentido ponerse a interpretarlos puesto que, en última instancia, solo sirven para que olvidemos lo que sus relatos cuentan.

En su interesante libro sobre el cerebro (Incógnito: Las vidas secretas del cerebro. Barcelona: Anagrama, 2013.) el neurocientífico David Eagleman, tras una larga explicación sobre la manera en que el cerebro administra sus informaciones por medio de narraciones, hace la siguiente observación acerca de los sueños:

Para ver otro ejemplo de invención narrativa ante unos datos que resultan confusos, consideremos los sueños, que parecen ser una superposición interpretativa a las tormentas nocturnas de actividad eléctrica del cerebro. Un modelo popular en la literatura neurocientífica sugiere que las tramas de los sueños se hilvanan a partir de una actividad esencialmente azarosa: descargas de poblaciones nerviosas en el mesencéfalo. Estas señales estimulan la aparición de una escena en un centro comercial, o atisbamos a una persona amada, o sentimos una caída, o una sensación de epifanía. Todos estos momentos se entretejen dinámicamente en un relato y por eso, tras una noche de actividad cerebral, te despiertas, te vuelves hacia tu pareja y crees que tienes algo estrafalario que contar. […] Muchas veces he oído un chiste que no conocía en un sueño, cosa que me ha impresionado enormemente. No porque el chiste fuera divertido (que no lo era), sino porque no podía creer que ese chiste se me hubiera ocurrido a mí. Pero es de suponer que al menos fue mi cerebro y no el de otra persona el que elaboró semejantes tramas. […] Los sueños ilustran nuestra capacidad a la hora de tejer una única narración a partir de un conjunto de hilos combinados al azar. El cerebro de cada uno es muy hábil cuando se trata de mantener los hilos pegados incluso cuando se trata de datos totalmente incoherentes. (p. 170)

Asimismo, en otro Nubarrón, “Contar un sueño”, publicado bastante tiempo antes, el 9 de abril de 2010, yo imaginaba a los componentes de una pareja que al despertar se cuentan el uno al otro los sueños de la noche pasada. Allí observaba que “los sueños son advertencias que el soñador se hace a sí mismo en el marco de falsas y desordenadas reminiscencias” y añadía que, lo  que una mente se dice para sí, al ser trasmitido a otro, se convierte en una amenaza.

Por lo que parece, mis dos intuiciones no estaban mal encaminadas. En la primera advertía que el trabajo de la mente, que obviamente es inconsciente –es decir, que escapa al control de la consciencia– no consiste en revelar un sentido arcano a través de una trama onírica sino simplemente en establecer relaciones entre recuerdos fragmentarios. La forma narrativa –que es un sentido mínimo (pero sentido al fin)– es una respuesta espontánea no muy distinta de las demás respuestas que en la vida diurna elaboramos como pensamientos coherentes con los que actuamos en nuestro entorno. Si acaso, arriesgaba la hipótesis de que el propósito de dicha elaboración era habilitar el olvido, una manera de “soltar lastre”.

Y en la segunda observación, cronológicamente anterior a la primera, de nuevo ponía el acento en la pragmática del relato que Eagleman notoriamente pasa por alto puesto que no se le ocurre preguntarse con qué propósito los dos miembros de la pareja se cuentan sus respectivos sueños.

Confieso que me complace comprobar que mis intuiciones tenían cierta pertinencia avalada por el  trabajo de los científicos, tanto como que, para este o cualquier otro asunto, está visto que no basta solamente con hacer ciencia para descubrir lo que una circunstancia cualquiera tiene para enseñarnos.

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