Para hablar de los demás, cuando realmente lo son -cuando hablan lenguas extrañas, comen alimentos desconocidos, se mueven a deshora, pululan como alimañas incomprensibles-, incluso quien más penetra en el territorio ajeno tiene que hacerlo mirando hacia los propios, de espaldas a aquellos de los que se habla. Todo explorador avanza así, a la manera del ángel de Klee que fascinaba a Benjamin. Huye de los suyos mirando hacia ellos, se adentra en lo nuevo sin mirarlo a la cara. Si no lo hiciera así, su aventura no tendría relato, porque entonces debería perderse en lo que explora, y su nueva voz, en la lengua nueva, sería inaudible.
Corresponsales de guerra o de cualquier otro accidente reseñable en la televisión: hablan hacia la cámara y de espaldas al escenario que están explicando. ¿Cómo sería un enviado que hablara mirando lo que generalmente queda tras él? ¿No cambiaría su voz, no debería acomodarse a un cierto respeto hacia aquello que contempla? ¿Sería algo más que un observador que comenta con voz meditabunda un desastre?