Texts de l'Era de la Perla
La violència de tants homes vers les dones
LUCIANA TAVERNINI
La violencia contra menores y adolescentes. Hacerla decible
El libro de Annie Leclerc Paedophilia ou l’amour des enfants: aimer l’enfant jusqu’à l’irréparable (Actes Sud / Leméac, 2010) es un libro que inquieta. Cuando invité a algunas amigas al encuentro que se celebró en el Circolo de la Rosa de Milán el 31 de octubre de 2015, recibí negativas vehementes y a la vez alarmadas, algo que no me había pasado nunca antes. De la violencia sexual masculina, física o psíquica contra menores y adolescentes, como creo que es más preciso llamarla, se tiene miedo de hablar, como si así se la pudiera exorcizar. De este miedo, del silencio, del acallar con vehemencia, se habla en el libro, que no por casualidad fue publicado póstumo por su amiga Nancy Huston.
Leclerc era una filósofa y docente feminista que publicó, con este, catorce libros, y contribuyó a otros más. Ya en 1974, con su Palabra de Mujer, había llamado la atención sobre la importancia para la vida del trabajo de cuidado y había identificado el concepto de jouissance (goce) vinculado con el cuerpo femenino, criticando la exaltación de la fuerza y de la virilidad que devalúa como débiles a las mujeres y a las criaturas pequeñas y ancianas. Trabajó durante veinte años, de 1970 a 1990, en las cárceles con laboratorios de escritura. Yo diría que quiso liberar la palabra prisionera y, a través de la ajena, también la suya.
En el libro Paedophilia ou l’amour des enfants inventó un tipo de escritura que abre relámpagos de comprensión y al mismo tiempo, como los relámpagos, puede desorientar: una escritura que de la poesía conserva la capacidad evocativa de decir lo aún no dicho, obliga a una implicación subjetiva y no ofrece nunca soluciones pacificadoras.
Cuando Lea Melandri, que ha escrito el prólogo a la traducción italiana (Della Paedophilia e altri sentimenti, Malcor D’edizione, 2015), invitó por correo electrónico a leerla a las mujeres con las que está en contacto, suscitó inmediatamente mi interés porque el encuentro con un “pedófilo delicado”, o un “lobo melifluo”, como los llama Annie Leclerc, con un hombre que ahora reconozco que me sometió a violencia sexual y psíquica, ha sido uno de los nudos desde los que se ha desarrollado mi reflexión con las amigas de la “Comunità di storia vivente” que desde 2006 se reúne en la Librería de mujeres de Milán, y de ello he escrito articuladamente en el número 40 (2011) de la revista DUODA, dedicado a la práctica de la historia viviente (Els obscurs grumolls del desordre simbòlic, p. 84-97).
Yo veía en ese encuentro el origen de una dificultad de palabra pública profundamente vinculada con mi propio sentir, parcialmente superada con la puesta en acción de varias estrategias para decirme sin decirme hasta el fondo, como creo, por lo demás, que hizo Annie Leclerc, si no, ella no habría escrito sus trece libros anteriores a este, y como hicieron, por ejemplo, Azar Nafisi antes de escribir Cosas que he callado (Duomo editorial, 2010) y Ornella Vorpsi en el relato Corona de Cristo (El país donde nadie muere (Lumen, 2006).
Porque el encuentro con un hombre que te somete a violencia, como escribe Annie Leclerc, genera “confusión”, “una desorientación íntima de sí, de quién se es exactamente, de lo que verdaderamente se desea”, causa “la ruina del orden familiar del mundo” en el que “la palabra era el universo que vinculaba a los seres humanos entre sí para perpetuar la vida, o sea, para el crecimiento feliz de niñas y niños”. Leclerc sabe “que de improviso todo se mezcló en su garganta, que las palabras se mezclaron entre sí, que ni siquiera una podía distinguirse y pasar el umbral de la boca. Ni siquiera no, no, no... También el no se había perdido. Y no hablemos del cielo, de la tierra, de los árboles, de los pájaros...”.
Por tanto, esta confusión quita palabra, produce un silencio que puede durar toda la vida. Un silencio que produce miedo, porque la representación simbólica, la que las palabras dan de la experiencia que hemos vivido, no coincide con nosotras sino que tenemos un vínculo confuso con nuestro verdadero sentir.
Para reencontrarlo, para ponerlo en palabras, Annie Leclerc ha trabajado en soledad, tirando desde muchos puntos de los hilos enmarañados de su nudo, como testimonia el libro. Yo he sido más afortunada porque con la práctica de la historia viviente las palabras para decir la irrupción invasora de esta experiencia las he descubierto gracias a las amigas de la comunidad, que me han ayudado, con su escucha, con sus reflexiones, con la lectura de mis textos y con los tiempos largos, a captar algunos de sus aspectos y a volver más libre mi palabra pública.
Cada vez más niñas, adolescentes y mujeres jóvenes que sufren violencia sobre todo en el ámbito familiar, encuentran las palabras para “salir del desierto”, título del congreso organizado en 2001 por la “Casa di accoglienza delle donne maltrattate” de Milán, cuyas actas están publicadas (Uscire dal deserto. Come in from the desert, Franco Angeli, 2003). La relación con una mujer autorizada dentro de la familia, como la madre, la abuela, una tía o una hermana mayor que les presta atención y sabe leer los signos del malestar, las anima a contar. A veces, más tarde, es la relación fuera de la familia con una amiga, un novio o una profesora lo que las ayuda a abrir un hueco en el muro del silencio. La cercanía de la persona que cree en sus palabras y de la que se fían, las lleva a acudir al centro antiviolencia. También aquí es necesario darles crédito respetando los tiempos que cada una necesite para encontrar las palabras e identificar las decisiones a tomar para convertirse en protagonistas de su propia vida.
Porque de una situación de sumisión se sale solamente mediante un crecimiento de la subjetividad. Este se da en una relación en la que lo mejor para la adolescente o la joven no es decidido por otras, aunque la intención sea la de ayudar, y menos aún por un protocolo convencional, sino por el saber que se tiene al lado una mujer en posición valorizadora, de modo que se puedan afrontar los miedos que la violencia provoca pero, también, su revelación. Hablando, no se teme solo el trastorno de los equilibrios familiares sino también el trastorno de la confianza hacia el mundo adulto del que se depende y cuya palabra crea el sentido del mundo. Como escribe Annie Leclerc, quien sufre violencia “no quiere pensar: ‘es malo de verdad, me quiere hacer daño’”. Nada había sido previsto para que un pensamiento así se abriera camino. La benevolencia de los adultos para con la infancia es para ella lo mismo que el orden del mundo. Es la ley. Quiere permanecer, sea cual sea el precio que pagar, anidada en la benevolencia como un feto en el vientre de su madre.”
Creer que el otro no quiere solo tu sometimiento sino que de algún modo te ama, es un modo de sustraerse a la reificación. Yo para mí lo he entendido mediante las palabras de Simone Weil en La Ilíada o el poema de la fuerza:
“La fuerza es lo que hace de quienquiera que le esté sometido o sometida una cosa. Cuando se ejerce hasta el extremo, hace del hombre una cosa en el sentido más literal, porque hace de él un cadáver. Había alguien y, un instante después, no hay nadie. [...] Del poder de transformar un hombre en cosa matándolo procede otro poder, mucho más prodigioso aun: el de hacer una cosa de un hombre que todavía vive. Vive, tiene un alma, y sin embargo es una cosa. Ser muy extraño, una cosa que tiene un alma; extraño estado para el alma. ¿Quién podría decir cómo el alma en cada instante debe torcerse y replegarse sobre sí misma para adaptarse a esta situación?”
La experiencia de convertirse en cosa es aniquiladora mientras nos quedemos encerradas en ese mundo dominado por la fuerza, por la violencia de quien nos quiere someter. Pero la “cosa” no puede hablar, no puede juzgar.
Romper el mandato de silencio es, pues, lo primero que permite romper el cerco.
Después, si se pueden escoger las personas a las que hablar, qué decir, a quién comunicárselo y cuándo (lo que los centros antiviolencia llaman respeto del anonimato y de los tiempos de las mujeres, sin obligación de denuncia), se descubre que la voluntad de convertir en cosa a una niña o una adolescente, hace un daño temporal, por largo que sea el tiempo para salir de ahí. La cercanía y el reflejo positivo en otras mujeres permiten construir el amor de sí y reconocer lo monstruoso de la violencia sin tener ya necesidad de creer que haya en ella amor.
También el hecho de que hoy se hable abiertamente de sexualidad ha hecho posible que aflore el fenómeno de la violencia sobre todo en la familia. Pero cómo hablar de ella en un mundo en el que el tabú ha sido sustituido por la exposición a gritos, es algo que pensar, y el libro de Annie Leclec ofrece algunas reflexiones sobre secreto y silencio / descubrimiento de la sexualidad y papel de las personas adultas que siento próximas a las mías.
Ella nació en 1940. Yo nueve años después. Mi hija treinta y siete años después que yo.
Leclerc nos habla de la importancia de la puerta cerrada de los progenitores que defiende y protege: “Precisamente porque la pequeña no tiene acceso libre a lo que tiene ocupados a sus progenitores, precisamente porque hay esta distancia entre ella y ellos, esta puerta cerrada que intriga sin obligar, ella puede convertirse en el lugar y tiempo de su propio secreto. La puerta cerrada no es una censura. Es todo lo contrario: es la iniciación más delicada, la menos autoritaria posible de la niña hacia su sexualidad. Y la niña no es culpable de su deseo, ni culpable de su secreto.”
La puerta cerrada es metáfora del límite también para otras prácticas, a veces por desgracia solo aparentemente inocentes, como por ejemplo el baño en común en la bañera, donde el adulto no mantiene la justa distancia, no respeta el pudor de la criatura, anteponiendo e imponiendo su propio placer, ejerciendo control y poder.
Hace falta pudor y delicadeza, pero hay otras cosas que podemos hacer. Desde hace décadas algunas mujeres, yo entre ellas, también con los compañeros, buscamos e inventamos modos nuevos de decir, no solo con palabras, a hijas e hijos, el nacimiento y la sexualidad. No hay un único modo porque se encuentra y se crea en la relación. Estar más cerca de la curiosidad de las criaturas y de la verdad de nuestra experiencia permite abrir brechas para que el silencio no se transforme en mutismo.
Annie Leclerc tiene palabras intensas para que tengamos cuidado de no invadir, de dejar que la niña o el niño busque lo que busca: “o sea, el camino de sí, es decir, el conocimiento del objeto de su deseo, y ciertamente lo que busca acaba por encontrarlo, a condición de que nadie se atraviese en su construcción de sí.”
No solo el pedófilo, o sea el hombre violento aunque melifluo, que dice que quiere iniciar en la sexualidad a la criaturita, se atraviesa, sino también los progenitores con el silencio que vuelve indecible o, como me pasó a mí, con el sentirse en la obligación, sin esperar a la curiosidad de la criatura, de revelar cómo se nace, o con la desvalorización o la exibición de la sexualidad.
Es una materia compleja que afecta no solo a lo privado sino también a lo político, porque si las palabras mienten o vuelven indecible lo que está vinculado profundamente con nuestra existencia, perderán valor y será difícil exponerse.
Resumiendo, cómo acompañar y no obstaculizar el descubrimiento personal y autónomo de la sexualidad por niñas y niños no es fácil. Hace falta aprender a andar por una disyuntiva, por usar las palabras de Luisa Muraro en su libro No es cosa de todos. La indecible suerte de nacer mujer (Narcea, 2013), y Annie Leclerc sabe darnos indicaciones preciosas para mantener el equilibrio. Pero hoy hay mujeres que en los centros antiviolencia siguen transformando en saber las prácticas de ayuda que, día tras día, año tras año, hacen para que cada vez más niñas y niños, adolescentes y mujeres se liberen de la violencia. Es el diálogo con ellas, y para mí en concreto con Marisa Guarneri de la “Casa di accoglienza delle donne maltrattate” de Milán, lo que puede ayudar a todas y todos a encontrar las palabras que, cambiando el modo de pensar, permitan prestar atención, ver, acompañar, estar al lado, valorar y hacer crecer la subjetividad de las mujeres que tenemos cerca.
(Publicado en www.libreriadelledonne.it. 30 noviembre 2015).
(Traducción del italiano de María-Milagros Rivera Garretas)
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