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María-Milagros Rivera Garretas

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VIRGINIA WOOLF. UN CUARTO PROPIO_4

María-Milagros Rivera Garretas

Jueves 21 de junio de 2018 a las 19:30 - Llibreria Pròleg, Sant Pere Més Alt, 46, Barcelona

imagen: Gloria Luis Peralvo

Un cuarto propio traducido en femenino es otro libro
Mi experiencia de traducción del icono espléndido del feminismo que es Un cuarto propio ha ido acompañada de un proceso de toma de conciencia del peso del patriarcado en mí que se dio primero en 2002 y se repitió el año pasado, 2017. En 2002 hice la traducción, que publicó la editorial horas y Horas al año siguiente; en 2017 revisé esa traducción, que ha salido este año 2018 en Sabina editorial. Yo tenía ya en 2002 mucha experiencia en la traducción y en el feminismo de la diferencia sexual y, sin embargo, tuve que tomar conciencia de hasta qué punto es difícil usar, al traducir, una lengua no sexista. Hay en una –en mí– más usos lingüísticos patriarcales inconscientes que los que yo imaginaba. Y esos usos patriarcales están en continua revisión. Por eso, la traducción que presentamos hoy y la publicada en 2003 son la misma y son distintas. Y ambas hacen otro libro, distinto de las traducciones anteriores en lengua castellana. Pongo dos ejemplos. Uno es la primera frase del libro, sobre la que volveré luego. Aquí no me traicionó el inconsciente sino el miedo, un miedo que entonces no supe dilucidar que era patriarcado en mí y consideré prudencia. El segundo es la palabra “prostituta”, que no me gustaba pero no sabía cómo resolver; ahora he puesto “prostituida”, y con naturalidad, porque sé a ciencia cierta que las mujeres no nos prostituimos sino que somos prostituidas a la fuerza ya que, si eso de lo que estamos hablando es libre, no es prostitución. Entre las dos palabras media un abismo, un abismo pequeño pero infinito.

Un cuarto propio es, creo, la obra más influyente de Virginia Woolf (1882-1941) y la más interesante y conmovedora del pensamiento político del siglo XX. Es una de esas obras que, sin ruido, siguen cambiando vidas de mujeres generación tras generación noventa años después de su primera escritura. Cambiando vidas de mujeres, cambia la vida entera. Cambiando la política de las mujeres, cambia la política entera, como estamos viendo en el presente. Recuerdo de hace unos meses la sala de un teatro de Madrid llenándose todos los días de mujeres, muchas muy jóvenes, que escuchaban emocionadas una selección de textos dramatizados de esta obra, con un éxito que creo que se ha vuelto a repetir esta temporada.

Un cuarto propio nació de unas conferencias que Virginia Woolf dio en octubre de 1928 en la Universidad de Cambridge, en dos colegios universitarios para mujeres: Girton College y Newnham College. Las conferencias las revisó y las amplió para su publicación por Hogarth Press un año más tarde, en octubre de 1929. El éxito llegó enseguida: tres meses después de la publicación se habían vendido diez mil ejemplares. De la influencia del libro escribió, por ejemplo, Marguerite Duras: “He leído Un cuarto propio de Virginia Woolf, y La Bruja, de Michelet. Ya no tengo ninguna biblioteca. Me he deshecho de ella, de toda idea de biblioteca también. Estos dos libros, es como si hubiera abierto mi propio cuerpo y mi cabeza, y leyera el relato de mi vida en la Edad Media, en los bosques, en las fábricas del siglo XIX. No he encontrado ni a un solo hombre que haya leído a la Woolf. Estamos separados, como dice ella en sus novelas, M.D.” Y Carmen Martín Gaite: “Cuando cerré el libro, tenía la intuición de que un hombre nunca se habría enfrentado de aquella manera con temas similares. ¿Pero en qué consistía esa manera? Para mí misma resultaba difícil justificar aquella intuición y mucho menos convertirla en teoría. Y, sin embargo, la pregunta se me había formulado, arrancaba del libro de Virginia Woolf y quedaba flotando en el aire.”

¿Y qué es lo que tiene este libro que resulta tan influyente, tan inspirador y tan demoledor al mismo tiempo? Yo diría que consigue salvar la política de las mujeres cuando está a punto de perecer engullida por la seducción del poder social patriarcal o por el miedo de que el régimen patriarcal de significado se nos caiga encima a las mujeres. Es una revolución comparable con la que hizo Cristina de Pizán cuando escribió La Ciudad de las Damas a principios del siglo XV, o con la que hicieron las trovadoras en el siglo XII, o las muradas medievales que se tapiaban ancladas en lo alto para vivir y escribir sus visiones. Es una revolución que no se enfrenta directamente con el patriarcado sino que da un rodeo, hace un quiebro que le permite triunfar sobre el patriarcado sin derramamiento de sangre, llevando la vida más allá o más acá de lo que hay, sin encallarse en el amargo estar en contra. El quiebro consiste en enfrentarse con las mujeres o con la parte de cada mujer que está sosteniendo el patriarcado. En 1928, eran las mujeres de los partidos políticos, fueran sufragistas conservadoras o socialistas, activistas comunistas o anarquistas, y era también el patriarcado que está en mí, anidado en mayor o menor medida en cada una de nosotras. Mucho del patriarcado anidaba entonces en la lucha por la igualdad de derechos. Virginia Woolf sabía que la igualdad de derechos no era el camino: sabía que hay derechos que no dan libertad porque, como todo el Derecho, están pensados por y para hombres. Sabía que los derechos pueden ser incluso, para la libertad, un obstáculo, una barrera de sentido (Clara Jourdan): promulgando un derecho, codificas y, codificando, limitas las posibilidades de acción.

¿Cómo lo hace el libro? Lo hace pensando la experiencia femenina libre y poniéndola en palabras. Esta es la palanca. Así, lo que sale de Un cuarto propio es el salto a una colocación simbólica distinta, libre de todo residuo patriarcal, no “paralizada por emociones sin correspondencia con el lenguaje”, como escribieron las de la Librería de mujeres de Milán de su experiencia del descubrimiento de la libertad femenina, ayudadas también por este libro. Dicho de otra manera, Virginia Woolf propone una toma de conciencia que me libere del patriarcado en mí y me desbloquee la creatividad que tengo como mujer. El residuo patriarcal se presenta como miedo, por ejemplo: miedo de que si dices de verdad tus emociones, tu sentir, el mundo se te caiga encima. Un cuarto propio enseña las palabras para decir esas emociones libres de modo que el mundo no se te caiga encima sino que te transforme a ti desde dentro. La toma de conciencia es eso: ya no eres la misma, ya no te encontrarán donde esperaban encontrarte ni accederás a lo que antes accedías ni pensarás ni dirás lo que antes pensabas y decías. El mundo toma otro color.

Virginia Woolf lo dice con una alegoría: toda mujer, para ser escritora, o sea, para decir lo que tiene que ser dicho por ella, necesita 500 libras al año y un cuarto propio. Las 500 libras no están por el dinero ganado con un trabajo asalariado sino que, enigmáticamente, son fruto del don y de la magia: una tía lejana le deja un legado, el bolso genera un billete cada vez que ella lo abre para pagar... ¿A qué se refiere? A que las mujeres tenemos nuestra propia productividad, la productividad en vida y en relaciones, una productividad con su propia riqueza y excedente: una productividad no medible en dinero pero que tiene que valer para pagar. El cuarto propio es la independencia simbólica, que deriva de una independencia económica no generada por el dinero. ¿Incomprensible? Sí, pero verdadero. Por eso seguimos leyendo una y otra vez Un cuarto propio. Para ver si acabamos de descifrar el enigma.

Las palabras, el decir, son muy importantes en este libro. Por eso hablaré un poquito más de la traducción. Veréis, si la podéis leer, que ya empieza de un modo muy distinto del de las traducciones que hay, distinto también de la que yo misma hice en 2002-2003. El libro empieza increpando al público, un público de mujeres, con esta frase: “Pero –diréis– nosotras te pedimos que hablaras de las mujeres y la novela: ¿qué tiene que ver esto con un cuarto propio?” Las traducciones anteriores, incluida la mía publicada en 2003, quitan el “nosotras”, borrando la acción política que está en el origen del texto entero y de las conferencias que lo precedieron: borra que las conferencias las organizaron mujeres para un público de mujeres y para hablar de cuestiones políticas candentes que les interesaban a ellas y querían hablar entre ellas. Borra el feminismo, aunque esto resultará ser una misión imposible. Yo lo hice por miedo de no saber demostrar que todo se había cocido entre mujeres, considerando prudencia lo que en realidad era la falacia patriarcal de la demostración.

Lo mismo o parecido pasa a lo largo de todo el libro: se borra el género femenino casi cada vez que la lengua inglesa, que tiene un modo propio de expresar la sexuación humana, usa un pronombre personal asexuado en inglés. Yo he usado el femenino y no el masculino para traducir pronombres que en inglés son asexuados. Lo he hecho cuando Virginia Woolf se dirige al público de las conferencias que forman el libro, un público de solo mujeres, o habla de sí misma, de otras mujeres, de personificaciones o de contextos femeninos, algo que, encima, pasa todo el rato, desde el principio hasta el final de la obra. Parece una decisión obvia, pero resulta que no lo es. La tentación del neutro está en nuestras cabezas y, a veces, en nuestros corazones, y gana siempe en caso de duda porque la indoctrinación escolar y académica ha sido larga y terca: es uno de los residuos del patriarcado en mí más difíciles de erradicar. Es difícil porque, y uso a Hannah Arendt para abreviar, “solo me queda la lengua materna”, o sea, es lo único que nunca se pierde, sabiendo que la lengua materna no coincide con las lenguas nacionales. La madre no le dice a su niña “¡qué guapo estás!” Las revoluciones simbólicas son tan potentes que dan miedo.

Mercedes Bengoechea, especialista en sociolingüística y traducción de la Universidad de Alcalá, en una reseña que hizo hace unos años de las tres traducciones que hay al español de este libro, mostró con un montón de ejemplos hasta qué punto cambia el libro si, en vez de traducir One como Uno cuando Virginia Woolf habla en primera persona o se dirige a su público femenino, se traduce como Una: “la permutación reiterada y constante del pronombre agenérico one en uno masculino” –escribe– “distorsiona el texto entero”. Imaginaos la diferencia de sentir y de emoción entre leer montones de veces a lo largo de todo el libro “Una piensa” (es Virginia la que piensa) y leer “Uno piensa”, como hacen todas las demás traducciones.

Y para mostrarlo elige, entre otros, el ejemplo siguiente.

Traduce Jorge Luis Borges:

“Antes me había ganado la vida mediante [...] las principales ocupaciones accesibles a una mujer antes de 1918. Ustedes no precisan, temo, que les describa en cada uno de sus detalles la dureza de ese trabajo, [...]. El hecho inicial de estar haciendo algo que a uno no le gusta y de hacerlo como un esclavo, con acompañamiento de lisonjas y adulaciones”.

Traduzco yo:

“Hasta entonces me había ganado la vida mediante [...] las principales ocupaciones disponibles para las mujeres antes de 1918. Me temo que no hace falta que describa con detalle la dureza del trabajo [...]. Primero, el estar siempre haciendo un trabajo que una no deseaba hacer, y hacerlo como una esclava, halagando y adulando.”

Puedo decir que, si el hablar como mujer es tenido en cuenta en la traducción de una autora que escriba como mujer, sale un libro distinto, más fiel, mucho más fiel y, también, más sensato, rico, satisfatorio y veraz. Porque la diferencia sexual es una riqueza de la condición humana: nadie nace ni vive en neutro.

Por tanto, la traducción que nos ofrece hoy Sabina editorial es, con los errores que sin duda tendrá, la única que traduce lo que Virginia Woolf verdaderamente dijo en Un cuarto propio. Es una traducción que proporciona una experiencia de lectura mucho más convincente y un placer mucho más intenso, precisamente porque su uso de la lengua no es sexista sino fiel al hecho de que el mundo es uno y los sexos que lo habitan son dos.

Muchas gracias.

Universidad de Barcelona
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