Negar el placer es una mala política preventiva de adicciones

Interesante artículo del psicólogo Alfonso Ramirez de Arellano sobre las estrategias de prevención que evitan o estigmatizan el placer.

 

jovenes-festivales-musica-1

 

Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda

Las conductas que son premiadas con el placer no se eliminan exclusivamente con el miedo, las normas y las prohibiciones. Intentar comprender y, en su caso, modificar las conductas de las personas sin tener en cuenta las emociones positivas, la satisfacción y las mil maneras que adopta el placer, incluida esa que llamamos felicidad, es vivir fuera de la realidad.

Hay dos cosas que enturbian el debate sobre prevención y placer. La primera, un concepto erróneo de hedonismo que lo identifica con el placer inmediato y el exceso, y la segunda, que en materia de drogodependencias seguimos instalados en una ideología puritana: si negar el placer es una mala estrategia preventiva, estigmatizarlo es aún peor. No ocurre así en otros sectores, como la publicidad, que comprendió hace tiempo la importancia de las emociones positivas.

Hedonismo y epicureísmo

Aunque la palabra placer no aparece por ninguna parte en los programas de prevención, el término “hedonismo” figura como factor de riesgo en demasiados textos preventivos. Sin ir mas lejos, la Estrategia Nacional sobre Drogas 2009-2016 no menciona ni una sola vez el placer, pero la palabra problemas aparece 36 veces. La conclusión es simple: si solo prestamos atención a los problemas, solo encontraremos problemas, ya sea investigando o diseñando programas. La idea de un placer ciego y sin medida es una tergiversación del hedonismo en cualquiera de sus variantes filosóficas. Seguramente la modalidad más conocida de hedonismo sea el epicureísmo, en ella se distingue entre los placeres físicos y espirituales, se reconoce el valor de la moderación y del equilibrio y se apuesta por una adecuada gestión del placer en la búsqueda de la felicidad. Epicuro daba mucha importancia a la amistad y al placer de la conversación, entendida como algo más que intercambiar bits informativos.

Qué dicen los jóvenes

Cuando preguntamos a los jóvenes sobre el consumo de alcohol y drogas, mayoritariamente responden en una línea epicúrea: placer sí, pero sin perder el control ni hacernos daño a nosotros mismos ni a otros. En un estudio etnográfico reciente llevado a cabo en la Comunidad de Madrid, los jóvenes de entre 16 y 27 años manifiestan que lo que buscan cuando salen de marcha es aumentar la sensibilidad, potenciar las relaciones, desinhibirse y romper con la rutina de la semana; “Coger el puntillo” o “descontrolar controladamente”, según sus propias palabras. No buscan el “desfase”, ni el “colocón”, ni “descontrolar”, aspectos todos ellos que consideran negativos. De hecho, califican de “pasados”, “desfasados”, “paposos” o “violentos” a los que lo practican. En definitiva, sus testimonios hablan del deseo de administrar el placer sin perder el control (otra cosa es cuántos los consiguen), con la única excepción de pertenecer a algún grupo minoritario que fomente o justifique el desfase y el exceso. En relación con los valores de los jóvenes y sus consumos, se puede visitar este documento, particularmente lo que dice sobre el grupo incívico/desadaptado.

La idea de que todos deseamos el exceso pero nos reprimimos es falsa. Los que abusan y los adictos no se relacionan con el placer, sino que huyen del malestar, de la ansiedad o el aislamiento.

El exceso y la adicción no se relacionan con el placer, sino con la ansiedad.

A muchos niños pequeños le gustan los pasteles, pero tienen que aprender que, por comerse una docena, no disfrutarán más. El placer acabará pronto y el malestar lo sustituirá. Quien a pesar de pasarlo mal y de sufrir indigestión se engancha a esos excesos no lo hace por placer, sino por otro motivo… Puede ser que no le enseñaran a comer pasteles cuando era pequeño, que asociara pasteles con afecto -y cuando necesita uno, recurre a lo otro-, que obtuviera un placer secundario cuando se ponía malo después de un atracón, o que desee desquitarse de lo que no le dejaron hacer de pequeño o cualquier otra cosa, pero no lo hace por placer.

Cultivar el placer como estrategia preventiva.

El placer o los placeres se pueden educar para disfrutar más. Desde los ligados a las principales funciones corporales -degustar es algo más que comer-, hasta los ligados al disfrute estético o intelectual, o los que nos proporciona la interacción con otros, como por ejemplo, a través del arte de la conversación que tanto valoraba Epicuro. Cultivar los placeres es lo contrario de abusar, atiborrase o pasarse.

No hay placeres bajos y elevados; estamos hechos de materia, emociones, pensamientos, conductas, valores… por lo que lo más inteligente es combinar los físicos con los intelectuales y aquellos que realizamos nosotros mismos -por ejemplo, pescar- con aquellos que disfrutamos como espectadores -por ejemplo, escuchar música-.

Pero hablar de placer, de educación, de sensibilidad y de la felicidad nos remite al modelo cultural y educativo. No es lo mismo tener como objetivo potenciar al máximo nuestra sensibilidad, nuestras capacidades físicas, intelectuales, emocionales y relacionales como modo de alcanzar un desarrollo integral, armonioso y feliz, que prepararnos para la dinámica de consumir/competir/ganar, aceptando la lógica binaria del éxito o el fracaso. No es lo mismo preparase para una batalla o una competición que para sacarle partido a la vida disfrutando de nuestras potencialidades.

En los años 50/60 se demostró que algunas ratas que disponían de la posibilidad de autoadministrarse drogas podían llegar a tomarlas hasta morir. Otro experimento de los años 70/80 demostró que solo ocurría si las condiciones de experimentación obligaban a las ratas a vivir en jaulas pequeñas y solitarias. Si vivían en compañía de otras ratas en unas condiciones agradables (se construyó una especie de parque de recreo para el experimento), solo consumían de vez en cuando y no se enganchaban. Es más, algunas adictas enjauladas consiguieron desengancharse en el parque de recreo. Parece que en condiciones normales, los animales no se se exceden.

La idea de que todos deseamos el exceso pero nos reprimimos es falsa. Los que abusan y los adictos no se relacionan con el placer, sino que huyen del malestar, de la ansiedad o el aislamiento. Beber, comer, drogarse, comprar, consumir más allá de lo que se desea hasta hartarse o pasarse no es placentero, normalmente significa el fracaso de intentar quedarse justo en el punto en que sí lo es.

Fuente original: Huffingtonpost

Patología dual y Enfermería: Revisión bibiliográfica

En este articulo la DUE Mar Torrijos (y alumna actual del Máster) publicado en la Revista de Patología Dual se aborda las características y abordaje del paciente con PD y las funciones específicas desde Enfermería.

 

patologia dual

 

El concepto de patología dual, no está definido en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM V) ni en la Clasificación Internacional de Enfermedades y lesiones (CIE).

Los profesionales la definen como la concurrencia en un mismo individuo de algún trastorno psiquiátrico y un trastorno por uso de sustancias. No existe un criterio diagnóstico definido que conlleva que un número elevado de pacientes no puedan ser diagnosticados de forma temprana.

Existe una probabilidad del 25-50% de que las personas diagnosticadas de enfermedad mental acaben desarrollando patología dual. La mayoría de estos pacientes presentan rasgos similares además de características de personalidad específicas que precisan de habilidades para la negociación.

Se ha demostrado que el tratamiento integrado es el más eficaz en esta patología, ya que se trata la enfermedad mental y la adicción en el mismo centro por un mismo equipo interdisciplinar. Las Unidades de Patología Dual (UPD) deben estar formadas por un equipo multidisciplinar de diversas especialidades para ofrecer un atención integral al paciente que facilite la rehabilitación de éste.

El rol del profesional de enfermería en la patología dual comporta una aproximación holística, la aplicación del proceso enfermero y la relación terapéutica que favorezca la comunicación con el paciente.

Enlace al artículo